El canon del Nuevo Testamento

Craig Blomberg
Distinguido Profesor de Nuevo Testamento,

Seminario de Denver

Los judíos ortodoxos frecuentemente rechazan el Nuevo Testamento porque las

Escrituras hebreas declaran ser eternas, sugiriendo que no se les puede agregar

nada más. Los expertos liberales rechazan la idea de limitar el Nuevo

Testamento a sus veintisiete libros porque creen que en los primeros años del

cristianismo hubo más literatura cristiana inspirada e igualmente merecedora de

ser incluida. ¿Qué factores influyeron en la formación del canon del

Nuevo Testamento y cuán legítimos eran?

Es verdad que la ley y la palabra de Dios duran para siempre; pero, los

profetas del Antiguo Testamento también reconocieron que su revelación no

estaba completa. Jeremías 31:31-34 es el texto más claro y extenso en predecir

la venida de un nuevo pacto, pero muchos textos esperan una nueva era

mesiánica. Debido a que el pacto mosaico condujo a la escritura de un

“testamento” (palabra que en griego [diathêkê] también podía

significar “pacto”), era lógico esperar un “testamento” escrito que acompañara

al nuevo pacto. Por lo menos este es el argumento que Tertuliano utilizó cerca

del final del segundo siglo.

Pero, ¿cómo fue el proceso que condujo a este Nuevo Testamento? Ya en 2 Pedro

3:16 leemos acerca de las “cartas” de Pablo, lo que tal vez implica que en el

primer siglo ya se había empezado a recolectarlas. Para el siglo II, los cuatro

evangelios circulaban algunas veces juntos. (Por el año 180, había aparecido un

compendio de los cuatro evangelios). Los manuscritos del Nuevo Testamento más

antiguos y casi completos que existen datan del cuarto siglo, pero sus

predecesores probablemente habían emergido ya en el tercero. Inicialmente no

había acuerdo total en cuanto al orden de los libros. Era natural agrupar los

evangelios y las cartas de Pablo. Probablemente el Apocalipsis se puso al final

de la colección porque fue el último libro en escribirse, además de que habla

de las últimas cosas de la historia humana. Hechos, Hebreos y las Cartas

Generales “navegaron” en varios lugares antes de establecerse donde hoy los

encontramos.1

El fundamento del orden actual parece haber sido el siguiente: los evangelios

vienen primero porque son biografías de Jesús, el fundador de la religión

cristiana, quien es la razón de que haya Nuevo Testamento, para empezar. El

orden de Mateo, Marcos, Lucas y Juan probablemente corresponda al orden en que

varios Padres de la Iglesia creyeron que habían sido escritos, aunque a Mateo

regularmente se le atribuía la autoría de un escrito en algún dialecto hebreo,

probablemente menos desarrollado que un evangelio completo. Incluso si Marcos

hubiera sido escrito primero, como la mayor parte de los eruditos modernos

creen basados en buenas razones, Mateo bien podría haber sido colocado al

principio por ser el más judío de los cuatro evangelios y tener el mayor número

de vínculos con el Antiguo Testamento.

Hechos viene después porque trata sobre la generación de los seguidores de

Jesús inmediatamente después de su muerte y resurrección. Luego vienen todas

las epístolas agrupadas, empezando por las cartas de Pablo, el más influyente

de todos los cristianos de la primera generación. Excepto cuando dos epístolas

son adyacentes por ir dirigidas a las mismas personas, las cartas de Pablo

están acomodadas en orden descendente en cuanto a su longitud. (Gálatas también

trastorna el patrón, al ser sólo un poco más corta que Efesios). Primero vienen

las cartas a las iglesias y luego las cartas a los individuos, cada una

acomodada de acuerdo a este patrón. La autoría de Hebreos ha sido incierta

desde su publicación. Debido a que algunos creían que era paulina y muchos

otros que no, se colocó inmediatamente después de las cartas paulinas, y no se

insertó donde debería haber ido, según su longitud, dentro de dicha colección.

Las así llamadas Epístolas Generales aparentemente se colocaron en el orden de

importancia que sus autores tenían en las primeras décadas del movimiento de

Jesús. Aunque Pedro (el primer obispo de Roma en la década de los ’60) habría

de eclipsar a Jacobo (el medio hermano de Jesús), a ojos de los cristianos

Jacobo era el anciano guía de la joven madre iglesia en Jerusalén. Pedro lo

seguía muy de cerca en un segundo lugar; tras él iban Juan (compañero de Pedro

en varios contextos de Hechos) y, finalmente, Judas, el menos destacado de los

cuatro.2

El orden exacto de los veintisiete libros no se acordó hasta que apareció la

encíclica de Pascua de Atanasio en el año 367 d.C. Este canon fue ratificado

formalmente hasta el año 393 por el Concilio de Hipona y en el 397 por el

Concilio de Cartagena. Aunque muchas de las pruebas de su antigüedad se han

perdido para siempre, el proceso seguido hasta la culminación del canon puede

discernirse al menos parcialmente. Las ramas heréticas del cristianismo de

mitad del siglo II, principalmente el gnosticismo y el marcionismo (una

doctrina que oponía el malvado Dios del Antiguo Testamento al amoroso Jesús de

los cristianos), provocaron que los herederos más fieles de la tradición

apostólica empezaran a hacer la lista de documentos que ellos consideraban

inspirados y oficiales. La creciente persecución romana, particularmente en el

tercer siglo, a veces implicaba que los cristianos tenían que decidir casi

literalmente por cuáles libros estaban dispuestos a morir.

Parece que nunca hubo ningún debate en torno a la aceptación de los cuatro

evangelios, Hechos, las trece cartas con el nombre de Pablo en sus primeras

líneas, 1 Pedro y 1 Juan. Varias preguntas se arremolinaban en torno a los

otros siete libros que con el tiempo lograron entrar al Nuevo Testamento.

¿Escribió Pablo el libro de Hebreos o fue alguien más? ¿Contradice Jacobo a

Pablo respecto al papel que juegan la fe y las obras? ¿Fue el libro de 2 Pedro

escrito originalmente por Pedro, dada la gran diferencia de estilo y contenido

entre éste y 1 Pedro? ¿Eran 2 y 3 Juan y Judas lo suficientemente largos e

importantes para merecer su inclusión? ¿Cómo debía interpretarse el

Apocalipsis, después de todo?

A pesar de estas preguntas, cada uno de los siete libros llegó a ser aceptado.

El Canon Muratorio de finales del segundo siglo incluía 21 libros; el

Tertuliano del tercer siglo, 22. Por la misma época, Orígenes menciona todos

los 27, pero hace notar que seis están en disputa. A principios del siglo IV,

Eusebio también enumera todos los 27 libros y cita las referencias de Orígenes

a dudas acerca de algunos de ellos.

Al mismo tiempo, se propuso la aceptación de un puñado de documentos

adicionales a la par de los otros 27. El generalmente ortodoxo Pastor de Hermas

y la Epístola de Bernabé fueron los dos sugeridos con mayor frecuencia, aunque

no con tanta frecuencia como los libros disputados en la lista de los 27.

Finalmente la iglesia rechazó la Epístola de Bernabé en parte debido a su

contenido anti semítico. Ambas cartas, además, eran el reflejo de escritos del

segundo siglo de la colección de obras conocidas como Padres Apostólicos que

evidentemente parecían tener su origen en fechas posteriores y menor autoridad

que los documentos del primer siglo que ahora componen nuestro Nuevo

Testamento.

Ciertamente, tres criterios prevalecieron para distinguir lo canónico de lo no

canónico. Ante todo estaba la apostolicidad (autoría por parte de un

apóstol o un ayudante cercano), la cual, para propósitos prácticos, limitaba

las obras aproximadamente a los primeros cien años de la historia cristiana. El

segundo era la ortodoxia o ausencia de contradicción con respecto a

las Escrituras reveladas previamente, empezando por las Escrituras hebreas que

los cristianos llegaron a llamar Antiguo Testamento. Finalmente, la iglesia

temprana utilizaba el criterio de la catolicidad (el uso universal [o

al menos muy extendido] y la relevancia para la iglesia en general. Esto

excluyó, por ejemplo, los escritos gnósticos, que eran aceptados solamente en

las sectas de donde emanaron).3

Los revisionistas históricos modernos con frecuencia utilizan palabras como

“supresión” o “censura” para hablar del enfoque ortodoxo oriental y romano

católico sobre los documentos extra canónicos, como si alguna vez hubiera

existido en algún lugar un grupo de así llamados cristianos que luego de

aceptar un canon más extenso se vieran obligados a recortarlo debido a la

presión ejercida por la mayoría de los creyentes. Nada podría estar más alejado

de la verdad. El canon creció gradualmente a partir de colecciones más

pequeñas. Es posible que alguna secta gnóstica en algún lugar haya puesto sus

documentos únicos a la par de las Escrituras, pero, si así fuera, se han

perdido las pruebas. Lo que queda sugiere que aunque desempeñaron un papel

especial en las comunidades que los crearon, los libros gnósticos nunca fueron

propuestos para ser incluidos en el canon final del Nuevo

Testamento.4

Aunque hasta nuestros días católicos y protestantes están en desacuerdo sobre

el canon del Antiguo Testamento, ambas ramas del cristianismo, junto con la

ortodoxia oriental, concuerdan en el contenido del Nuevo Testamento. Durante

dieciséis siglos no ha habido ninguna controversia significativa dentro del

cristianismo con respecto a la extensión del canon del Nuevo Testamento. Los

cristianos están en suelo firme al afirmar que estos veintisiete libros

pertenecen al Nuevo Testamento y que otros escritos antiguos fueron excluidos

por buenas razones.


Notas
1 Para ver la historia completa, consulte el libro de Paul D.

Wegner, The Journey from Texts to Translations [El viaje desde los

textos hasta las traducciones] (Grand Rapids: Baker, 1999).

2 Una obra que trata más a fondo está cuestión del orden es la

de William R. Farmer y Denis M. Farkasfalvy, The Formation of the New

Testament Canon [La formación del canon del Nuevo Testamento] (Nueva York:

Paulist, 1983).

3 Para conocer los procesos y factores involucrados, ver

especialmente la obra de F. Bruce, The Canon of Scripture [El canon de

las Escrituras] (Downers Grove: InterVarsity Press, 1988), 117-269. Un cuarto

criterio fue ciertamente la testificación del Espíritu Santo; pero, debido a la

naturaleza más subjetiva de este criterio, las declaraciones de dependencia del

Espíritu Santo por parte de conclusiones contradictorias siempre han requerido

criterios más objetivos que las sometan a prueba.

4 Para ver una presentación completa de las listas conocidas de

libros propuestos para su inclusión en el Nuevo Testamento o su exclusión del

mismo durante los primeros siglos de la historia cristiana, vea la obra de Lee

M. McDonald y James A. Sanders, eds., The Canon Debate [El debate

sobre el canon] (Peabody: Hendrickson, 2002), 591-97.


Published September 4, 2007