Ambientalismo cristiano: ¿Plástico o papel?

Por Forrest M. Mims III

¿Está empeorando o mejorando la calidad del aire? ¿Es verdad que nuestro

planeta se está calentando? Si es así, ¿es este calentamiento una consecuencia

de la actividad humana, un ciclo natural o una combinación de ambos? Estas son

sólo algunas de las muchas preguntas ambientales que tienen respuestas confusas

e incluso conflictivas. Los asuntos ambientales tienen con

frecuencia consecuencias negativas si no se les pone atención. Esto

representa un problema para los legos. ¿Cómo separar la información ambiental

objetiva de las exageraciones o de datos influenciados o controlados por

agendas ocultas? ¿A quién debemos creer y cómo debemos responder? ¿Realmente

podemos salvar el mundo?

Hasta el 2005, los cristianos evangélicos organizados

mostraron poco interés en los problemas ambientales. Ahora, algunas

organizaciones evangélicas están fomentando activamente la administración

ambiental e incluso el activismo. La administración ambiental es una meta que

vale la pena, pero algunos cristianos han ido mucho más allá al comparar su

visión sobre el ambiente con órdenes y mandatos bíblicos. La Red Ambiental

Evangélica y la Revista Creation Care [Cuidado de la Creación] han respaldado

leyes sobre el cambio ambiental y han dirigido su atención hacia automóviles y

vehículos todo terreno “porque el transporte es un tema moral”.

La página electrónica “What Would Jesus Drive?” [¿Qué Conduciría Jesús?] no

es una parodia. Es una seria aunque curiosa mezcla de doctrina bíblica y

ambiental, parte de esta última consistente en exageraciones especulativas o

basada en información incierta o incluso desacreditada. ¿Cómo debe responder el

cristiano comprometido a la aseveración del sitio “What Would Jesus Drive?” en

el sentido de que “la contaminación que causa la amenaza de calentamiento

global viola los grandes mandamientos, la regla de oro y el llamado bíblico a

cuidar de ‘los más pequeños’, y por lo tanto niega el señorío de Jesús y su

reconciliación con todas las cosas ‘a través de su sangre, derramada en la

cruz” (Col. 1:20)”. (Recursos del sitio “What Would Jesus Drive”)

Es mejor dejar a los teólogos y filósofos (y tal vez psicólogos) la pregunta

de si manejar un tipo de automóvil en particular niega el señorío de Jesús. Es

mucho más sencillo examinar el problema de la contaminación y el calentamiento

global. Empecemos por revisar algunas estadísticas sobre la emisión de bióxido

de carbono (CO2), el contaminante que preocupa a la campaña “What Would Jesus

Drive?”

Según la Administración de Información sobre Energía, dependiente del

Departamento de Energía de los Estados Unidos, en 2004 el total de trenes,

automóviles, camiones y botes de los Estados Unidos generó el 33 por ciento de

las emisiones de bióxido de carbono relacionadas con la energía (las emisiones

de gases de invernadero en los Estados Unidos en 2004). Los motores de gasolina

ocasionaron el 60 por ciento de estas emisiones. De ahí que en 2004 los motores

de gasolina produjeron 19.8 por ciento de las emisiones de CO2 en los Estados

Unidos. Además, según el Departamento de Energía la emisión de CO2 que puede

atribuirse a los hogares fue del 21 por ciento. Entonces, la emisión de CO2

requerida para hacer funcionar los hogares fue ligeramente mayor que la de los

motores de gasolina.

Esto nos plantea interesantes preguntas prácticas y teológicas acerca de la

campaña “What Would Jesus Drive”. Si el conducir cierto tipo de automóvil niega

el señorío de Cristo, ¿negamos también a Cristo por tomar una ducha caliente,

quemar leña en una chimenea, usar luz eléctrica en la noche, encender el aire

acondicionado o el calentador, cocinar, usar máquinas para lavar y secar la

ropa y para cortar el césped? Después de todo, estas y otras actividades

residenciales de rutina causan colectivamente una mayor emisión de CO2 que los

vehículos de gasolina.

La conservación reduce las importaciones de petróleo, ahorra dinero y reduce

la contaminación del aire. En resumen, la conservación es la administración

responsable del medio ambiente y tiene sentido práctico. Sin embargo, su efecto

sobre el calentamiento global es dudoso. Aunque un número cada vez mayor de

científicos cree que el aumento de CO2 en la atmósfera es la causa principal

del calentamiento global, esta creencia no está totalmente demostrada. Por

ejemplo, descubrimientos recientes publicados en la revista Nature llevan a la

conclusión de que el sol está más activo hoy que durante los 8000 años

anteriores. Otros ciclos naturales también pueden estar influyendo. La

deforestación y otros cambios en el uso del suelo contribuyen al calentamiento.

Los pueblos y ciudades, y las carreteras que los unen, forman islas de calor

que ocasionan un significativo calentamiento local y hasta regional.

Los científicos tienen muchas dudas acerca del papel que juegan el vapor de

agua, las nubes y las partículas atmosféricas en el calentamiento global. El

vapor de agua es un gas de invernadero mucho más potente que el bióxido de

carbono. Sin el aire caliente atrapado por el vapor de agua en la atmósfera, la

Tierra estaría tan fría que los océanos se congelarían. El aire caliente puede

contener más vapor de agua que el aire frío. El aumento del vapor de agua en la

atmósfera puede atrapar más calor, incrementando así la temperatura. Por otro

lado, el incremento del vapor también puede aumentar la cubierta de nubes que

reduce la radiación solar causante del incremento de la temperatura. La escasa

comprensión de las interacciones de estos mecanismos contribuye a la

incertidumbre respecto a los modelos de calentamiento global. Lo mismo puede

decirse de la presencia de partículas en la atmósfera, que pueden reflejar la

luz del sol (efecto de enfriamiento) o absorberla (efecto de

calentamiento).

El derretimiento de los glaciares es una prueba contundente de que la Tierra

se está calentando, ¿verdad? Piense en el Glaciar Bering de Alaska, el mayor de

América del Norte. Según la página del Observatorio de la Tierra, patrocinada

por la NASA, durante el siglo pasado el aumento de las temperaturas y los

cambios en las precipitaciones han ocasionado un adelgazamiento de varios

cientos de metros en el Glaciar Bering. Desde 1900, el glaciar se ha retraído

unos 12 kilómetros.

Parece lógico culpar al calentamiento global del retraimiento de un glaciar

masivo, pero la revisión de los registros de temperatura sugiere la actuación

de otras fuerzas. Desde 1909 se ha medido la temperatura en ambos lados del

Glaciar Bering , y el registro de temperaturas a ambos lados no muestra

tendencias visibles de calentamiento o enfriamiento como las que se encuentran

en todas las demás partes de la Tierra. Entonces, ¿por qué está cediendo el

glaciar gigante?

James Hansen, el principal defensor de la teoría del calentamiento global

por parte de la NASA, ha mostrado que el hollín puede estar causando un

calentamiento significativo del hielo y la nieve del mundo. Las principales

fuentes de hollín son los incendios agrícolas de todo el mundo, las plantas de

energía alimentadas por carbón utilizadas en China, las fogatas para cocinar

usadas en la India y los incendios forestales masivos que ocurren en Alaska,

Canadá y Rusia. El humo de estas fuentes se puede ver claramente en las

imágenes satelitales de la NASA. Algún día podría considerarse como un gran

descubrimiento el papel del hollín en el derretimiento de los glaciares, sobre

todo si explica el derretimiento de glaciares como el Glaciar Bering en

ausencia de tendencias de calentamiento.

Mientras tanto, los defensores de la teoría del calentamiento global

continúan asegurando que éste por sí solo es el causante del derretimiento de

los glaciares.

Eso nos lleva al tema de la magnitud del calentamiento global, porque existe

una gran controversia acerca de la precisión de las mediciones utilizadas para

determinar las tendencias de temperatura. El problema central es que muchas de

las estaciones que miden la temperatura alrededor del mundo han quedado

rodeadas por el progreso que ocasiona un efecto de calentamiento artificial.

Los modeladores del clima han tratado de eliminar este efecto de isla de

calentamiento, pero hay controversia acerca del éxito que han logrado.

El problema ya no pudo ignorarse en los Estados Unidos cuando apareció un

documento publicado por el Boletín de la Sociedad Meteorológica Estadounidense

(Microclimate Exposures of Surface-Based Weather Stations: Implications for the

Assessment of Long-Term Temperature Trends, 2005 [“Exposición de las Estaciones

Meteorológicas Superficiales a Diferentes Microclimas: Implicaciones de la

Evaluación de la Tendencia de las Temperaturas a Largo Plazo”, 2005]). Los

científicos atmosféricos Christopher A. Davey y Roger A. Pielke Sr. visitaron y

fotografiaron 57 estaciones meteorológicas rurales que proporcionan datos de

temperatura al Servicio Meteorológico Nacional. Encontraron que sólo una

minoría de las estaciones estaban bien ubicadas con respecto a edificios,

caminos, grava y otras cosas que interfieren en las lecturas de temperatura.

Concluyeron que “esto representa un problema en potencia para la construcción

de registros climáticos a largo plazo”.

El estudio Davey-Pielke refuerza la preocupación de que el registro

histórico de temperaturas no sea tan preciso como se pensaba. Porque si para

obtener datos confiables podemos depender sólo de una pequeña parte de las

estaciones de la red moderna, ¿cómo podemos confiar en las mediciones antiguas?

¿Será posible que algunas de las mediciones históricas sean incluso mejores que

las modernas?

Considere el registro de temperaturas llevado por Thomas Jefferson en

Monticello, Virginia, desde 1810 hasta 1816, y las mediciones tomadas

recientemente en las cercanías por el Centro Climático Regional del Sureste,

desde 1982 hasta 1994. Este lugar es rural, y la media de las mediciones

modernas (13.2 ºC) es sólo 0.1 grados más cálida que la media de las mediciones

de Jefferson (13.1 ºC). Es interesante saber que Jefferson creía que en su

época la temperatura era más cálida que durante la era Romana. Aún más

interesante es el hecho de que los datos de Jefferson no muestran un

calentamiento significativo al compararlos con las lecturas recientes.

Una pregunta aparentemente sencilla ilustra la complejidad de los asuntos

ambientales: ¿mejora el ambiente en general si tomamos agua en vasos de papel o

de plástico? Los vasos de plástico se hacen de petróleo, y no se descomponen en

los basureros. Los vasos de papel cuestan más, pero se fabrican con madera, un

recurso renovable. Así que, deberíamos usar vasos de papel ¿no?

El científico canadiense Martin Hocking analizó este asunto en un documento

publicado en el distinguido diario Science (“Paper Versus Polystyrene: A

Complex Choice” [Papel Contra Poliestireno: Una Elección Compleja], 1991) y

concluyó, “el vaso de papel consume 12 veces la cantidad de vapor, 36 veces la

cantidad de electricidad y el doble de agua fría que el vaso de plástico”.

Hocking también descubrió que la fabricación de un vaso de papel produce un

volumen de agua de desecho equivalente a unas 580 veces el volumen requerido

para producir un vaso de plástico. La fabricación de un vaso de papel ocasiona

más contaminación del aire y el agua que la fabricación de un vaso de

plástico.

El estudio de Hocking produjo una oleada de respuestas por parte de los

ambientalistas. Aunque sus cifras han sido refinadas desde entonces, su

conclusión básica de que el vaso de plástico es menos nocivo para el medio

ambiente que el vaso de papel , sigue en pie.

La historia del vaso es una de tantas que demuestran cómo las cuestiones

ambientales pueden tener respuestas que a menudo involucran trueques prácticos

y detalles que se escapan al tema tratado. A menudo se desconoce o se pasa por

alto el costo total de la solución de tales cuestiones. El antiguo adagio

inglés de seguir el rastro del dinero se puede aplicar con mucha frecuencia,

como cuando grupos y desarrolladores industriales pelean con las organizaciones

ambientales al tiempo que todos tienen intereses monetarios en el proceso y su

resultado. Luego están los negocios y organizaciones encargados de establecer

normas, y los científicos y recolectores de fondos, quienes dependen de la

contaminación para poder subsistir. Han surgido negocios que capitalizan las

leyes ambientales. Las universidades y colegios tecnológicos ofrecen una amplia

gama de cursos y planes para estudiantes que aspiren a convertirse en

ingenieros y controladores ambientales. Los científicos compiten unos contra

otros para recibir subvenciones gubernamentales destinadas al estudio de

aspectos ambientales. Y, sí, las declaraciones exageradas acerca del estado

positivo o negativo del medio ambiente sirven como grito de guerra para todos

los bandos de los asuntos ambientales.

Otro asunto ambiental de mucho más peso que el de los vasos de papel o de

plástico es el transporte personal, que contamina el aire y exige caminos

costosos. Gracias a sus resoluciones, que controlan las emisiones de las

plantas de energía y los vehículos de gasolina y diesel, el Acta de Aire Puro

ha tenido un gran efecto en el mejoramiento de la calidad del aire en los

Estados Unidos. Pero el acta tiene un lado desmañado que castiga injustamente a

las comunidades por violaciones cometidas en los estados vecinos.

Aunque supuestamente excluye violaciones contra la calidad del aire

originadas fuera de los Estados Unidos, el Acta de Aire Puro utiliza la regla

napoleónica de culpar a las ciudades a menos que demuestren su inocencia. Como

los ciudadanos de Texas descubrieron en 1998, esta no es una tarea fácil. Las

agencias de reglamentación gubernamentales, acostumbradas a sancionar a las

ciudades por el humo de incendios que no habían provocado y el smog de plantas

de energía ajenas, se negaron a exentar a las ciudades tejanas de multas por

niveles altísimos de ozono ocasionados por incendios importantes en el sur de

México y América Central. Se necesitaron muchas apelaciones y varios estudios

para persuadir al gobierno de que el histórico incremento del humo ocasionó las

violaciones a los niveles permitidos de ozono.

La penalización por violaciones a la calidad del aire ocasionadas por

terceros no engendra la simpatía del público hacia las causas ambientales.

Tampoco se gana honestamente al público con desinformación y exageraciones, las

cuales he observado muchas veces en mis años de monitoreo del ambiente y de

servir en dos comités gubernamentales para la calidad del aire.

Hay mucho terreno de por medio entre activistas ambientales, industria,

agricultura, operarios de plantas de energía y consumidores de energía y

recursos. Tal vez todos los implicados harían bien en reevaluar sus posturas,

porque una administración ambiental responsable y científicamente válida puede

mejorar la calidad del aire y el agua, ahorrar dinero y reducir las

importaciones de petróleo sin arruinar la economía. Esperemos que el movimiento

ambiental evangélico emergente también revise sus posturas, porque quienes

temerariamente afirman que se niega el señorío de Cristo por no seguir una

agenda ambiental específica ocasionan el surgimiento de preguntas teológicas

angustiantes que van mucho más allá de un enfoque cristiano de la

administración ambiental.

En un mundo de necesidades contradictorias y recursos limitados, no existen

las soluciones ambientales perfectas. Para lograr una sabia administración

cristiana del ambiente debe aceptarse que los trueques o compensaciones son

factores inevitables en todos los datos relevantes, y que es necesario

esforzarse para lograr el mejor resultado general.


Published August 10, 2006