Cómo detectar el diseño en las Ciencias Naturales

Por William A. Dembski

La forma en que cualquier diseñador avanza desde la concepción hasta la

fabricación de una cosa es, por lo menos a grandes rasgos: (1) concepción de un

propósito; (2) desarrollo de un plan para lograr ese propósito; (3)

especificación de materiales de construcción e instrucciones de ensamble para

ejecutar el plan; (4) aplicación de las instrucciones de ensamble a los

materiales de construcción por parte del diseñador o algún suplente.

El resultado es un objeto diseñado, y el éxito

del diseñador resulta en medidad del grado en que el objeto

logre el propósito por el que fue creado. En el caso de los diseñadores

humanos, este proceso de cuatro partes no causa polémica. Está implícito en

cocinar un pastel, manejar un automóvil, malversar fondos o construir una súper

computadora. No sólo nos involucramos repetidamente en este proceso de diseño

en cuatro partes, sino que hemos sido testigos de cómo otra gente lo ha

utilizado en innumerables ocasiones. Conociendo una historia causal

suficientemente detallada, podríamos rastrear el proceso de principio a

fin.

Pero supongamos que no contamos con una historia causal detallada y no

podemos rastrear el proceso de diseño. Imaginemos que todo lo que tenemos es un

objeto, y debemos decidir si emergió de un proceso de diseño. En ese caso,

¿cómo decidir si el objeto fue diseñado? Si el objeto en cuestión se parece

bastante a otros objetos que sabemos que fueron diseñados, entonces no habrá

dificultades para inferir la existencia de un diseño. Por ejemplo, si

encontramos un pedazo de papel con algo escrito, inferimos la existencia de un

autor humano aunque no sepamos nada de la historia causal del papel. Todos

conocemos humanos que escriben en pedazos de papel y no hay razón para suponer

que este pedazo en particular tenga una historia causal diferente.

Sin embargo, cuando se trata de seres vivos, la comunidad biológica sostiene

que se necesita una historia causal muy diferente. Para ser más exactos, la

comunidad biológica admite que los sistemas vivos parecen estar diseñados. Por

ejemplo, Richard Dawkins, biólogo de Oxford, escribe: “La biología es el

estudio de cosas complicadas que dan la apariencia de haber sido diseñadas para

un propósito”. Igualmente, el Nóbel de fisiología o medicina Francis Crick

escribe: “Los biólogos deben tener constantemente en cuenta que lo que ven no

fue diseñado, sino que evolucionó”.

El término “diseño” aparece con mucha frecuencia en la literatura biológica.

Aún así, su uso se regula cuidadosamente. Según la comunidad biológica, la

apariencia de diseño en la biología es engañosa. Esto no evita que la biología

esté llena de dispositivos maravillosos. Hasta aquí, los biólogos asienten de

buena gana. Sin embargo, en lo que concierne a ellos, las cosas vivas no son

resultado del proceso de diseño en cuatro partes aquí descrito.

Pero, ¿cómo sabe la comunidad biológica que los seres vivos parecen estar

diseñados pero no lo están? La exclusión del diseño en la biología ciertamente

contrasta con la vida ordinaria, donde necesitamos dos formas principales para

explicar las cosas: por un lado fuerzas materiales ciegas, por otro

lado, intención o diseño. Sin embargo, en las ciencias naturales una de

estas formas de explicación se considera superflua: el diseño. Desde la

perspectiva de las ciencias naturales, el diseño, como acción de un agente

inteligente, no es una fuerza creativa fundamental en la naturaleza. En cambio,

se cree que fuerzas materiales ciegas, caracterizadas por la casualidad y la

necesidad, y sujetas a leyes infranqueables, son suficientes para realizar toda

la creación de la naturaleza.

La teoría de Darwin es todo un caso. Según el darvinista Francisco Ayala,

“el diseño funcional de los organismos y sus características parecerían

entonces argumentar la existencia de un diseñador. El mayor logro de Darwin fue

mostrar que la organización dirigida de los seres vivos puede explicarse como

resultado de un proceso natural -la selección natural- sin la necesidad de

recurrir a un Creador u otro agente externo. A partir de ahí, el origen y

adaptación de los organismos, su abundancia y sorprendentes variaciones, fueron

introducidos al reino de la ciencia”.

Sin embargo, ¿es verdad que la organización dirigida de los seres vivos

puede explicarse sin recurrir a un diseñador? ¿Recurrir a un diseñador en las

explicaciones biológicas nos sacaría necesariamente del reino de la ciencia? La

respuesta a ambas preguntas es  un tajante “no”.

Lo que ha mantenido a la idea del diseño fuera del campo de las ciencias

naturales desde que Darwin publicara hace 140 años El Origen de las

Especies, es la ausencia de métodos precisos para distinguir entre objetos

producidos inteligentemente y objetos producidos al azar. Para que la idea del

diseño sea un concepto científico fructífero, los científicos tienen que

asegurarse de poder determinar confiablemente si algo fue diseñado. Johannes

Kepler pensaba que los cráteres de la luna habían sido diseñados

inteligentemente por sus moradores. Ahora sabemos que fueron formados por

fuerzas naturales ciegas.

Este miedo a atribuir falsamente un diseño a algo para ser luego desmentido

es lo que ha evitado que la idea del diseño sea utilizada en las

ciencias naturales. Con métodos precisos para distinguir entre objetos

originados inteligentemente y objetos creados aleatoriamente, ahora es posible

formular una teoría de diseño inteligente que evite con éxito el error de

Kepler y ubique confiablemente la idea del diseño en los sistemas

biológicos.

La teoría del diseño inteligente es sobre los orígenes y el desarrollo

biológico. Su principal afirmación es que se necesitan causas inteligentes para

explicar ciertas estructuras biológicas complejas ricas en información, y que

dichas causas son detectables empíricamente. Decir que las causas inteligentes

son empíricamente detectables es decir que existen métodos bien definidos que,

con base en características observables del mundo, pueden separar

confiablemente las causas inteligentes de las causas naturales no

dirigidas.

Muchas ciencias especiales ya han desarrollado métodos para hacer esa

distinción: ejemplos notables son la ciencia forense, la criptografía, la

arqueología, la generación aleatoria de números y la búsqueda de vida

inteligente. Cuando se detectan causas inteligentes por estos métodos, se

descubre un tipo de información subyacente conocida alternativamente como

complejidad especificada o información compleja especificada.

Por ejemplo, ¿cómo infirieron los radioastrónomos de la película Contacto

(protagonizada por Jodie Foster y basada en una novela de Carl Sagan) la

presencia de vida extraterrestre a partir de las señales espaciales que

monitoreaban? Los investigadores introducían las señales a computadoras

programadas para reconocer muchos patrones preestablecidos que actuaban como

cedazo. Las señales que no concordaban con ninguno de los patrones eran

clasificadas como aleatorias.

Después de años de recibir señales aleatorias aparentemente carentes de

significado, los investigadores de Contacto descubrieron un patrón de pulsos y

pausas correspondiente a la secuencia de todos los números primos desde el 2

hasta el 101. (Los números primos son números divisibles sólo entre sí mismos y

entre uno). Cuando una secuencia empieza con dos pulsos, luego una pausa, tres

pulsos, luego una pausa y continúa así hasta los 101 pulsos, los investigadores

deben inferir la presencia de inteligencia extraterrestre.

¿Por qué? No hay nada en las leyes de la física que haga que las señales de

radio tomen una forma u otra. Por lo tanto, la secuencia es contingente más que

necesaria. Además, es una secuencia larga y, por lo tanto, compleja. Notemos

que si a la secuencia le faltara complejidad, fácilmente habría podido suceder

por casualidad. Finalmente, no solamente era compleja, también exhibía un

patrón o especificación dada independientemente (no era solamente una vieja

secuencia de números, sino una con significado matemático: los números

primos).

Igualmente, decimos que un suceso exhibe complejidad especificada si es

contingente y, por lo tanto, innecesario -si es complejo y, por consecuencia,

no repetible por casualidad, y especificado en el sentido de exhibir un patrón

dado independientemente. Note que la complejidad o improbabilidad no es

suficiente para eliminar la casualidad -lance una moneda al aire suficientes

veces y será testigo de algún suceso altamente complejo o improbable. Aún así,

no tendrá razón para dejar de atribuirlo a la casualidad.

Lo importante de las especificaciones es que sean dadas objetivamente y no

impuestas sobre sucesos a posteriori. Por ejemplo, si un arquero tira flechas a

una pared y luego pinta blancos de tiro alrededor de las flechas, está

imponiendo un patrón a posteriori. Por otro lado, si los objetivos se

establecen con anticipación (son especificados) y el arquero da en ellos con

precisión, sabemos que fue por diseño.

La combinación de complejidad y especificación convenció a los

radioastrónomos de la película Contacto de la existencia de una inteligencia

extraterrestre. La complejidad especificada es la marca característica o firma

de la inteligencia. La complejidad especificada es una marca empírica confiable

de inteligencia en la misma forma que las huellas digitales son una marca

empírica confiable de la presencia de una persona (vea las justificaciones

teóricas en mi libro No Free Lunch [No Hay Comida Gratis], 2002).

Sólo la causalidad inteligente da lugar a la complejidad especificada. De

ahí deducimos que la complejidad especificada está más allá de lo que las

fuerzas ciegas pueden hacer. No queremos decir que los sistemas o procesos

físicos no puedan exhibir complejidad especificada o servir como conducto a la

complejidad especificada. Sí pueden, porque aún cuando funcionen sin dirección

inteligente pueden tomar la complejidad especificada ya existente y jugar con

ella. Pero esa no es la cuestión. Lo que nos interesa es saber si el mundo

físico (concebido como un sistema cerrado de causas físicas ciegas

ininterrumpidas) puede generar complejidad especificada cuando previamente no

existía.

Para ver lo que está en juego, piense en un grabado de Durero. Surgió al

imprimir un bloque entintado de madera sobre un papel. Exhibe complejidad

especificada, pero la aplicación mecánica de tinta al papel mediante un bloque

de madera no da cuenta de esa complejidad. Es necesario rastrearla a la

complejidad especificada del bloque de madera, la cual, a su vez, debe

rastrearse hasta la actividad diseñadora de Durero mismo (en este caso, labrar

deliberadamente los bloques). Las cadenas causales de la complejidad

especificada inician con una inteligencia diseñadora.

Para contrarrestar este razonamiento, los materialistas asumen que la mente

de Durero no es más que la operación física de su cerebro, que a su vez, se

dice, fue originado por un proceso físico ciego: ¡la evolución! Ese es

precisamente el punto en cuestión, saber si la inteligencia puede reducirse a

un proceso físico o si lo trasciende. La teoría del diseño inteligente

argumenta que la complejidad especificada de los sistemas biológicos (por

ejemplo, el cerebro de Durero) no puede explicarse en términos de fuerzas

físicas ciegas.

Cuando se formula adecuadamente, la teoría del diseño inteligente es una

teoría de la información. Dentro de ella, la información compleja especificada

(o complejidad especificada) se convierte en un indicador confiable de

causalidad inteligente, así como en un objeto adecuado de investigación

científica. En consecuencia, el diseño inteligente se convierte en una teoría

que detecta y mide información, explica su origen y rastrea su flujo. Por lo

tanto, la teoría del diseño inteligente es minimalista desde el punto de vista

teológico. Detecta inteligencia sin especular acerca de su naturaleza.

En La Caja Negra de Darwin, el bioquímico Michael Behe muestra cómo se puede

relacionar la complejidad especificada con el diseño biológico. Define los

sistemas irreductiblemente complejos como aquellos formados por varias partes

interrelacionadas donde la eliminación de cualquiera de las partes anula el

funcionamiento de todo el sistema. Para Behe, la complejidad irreducible es un

certero indicador de diseño. Uno de los sistemas bioquímicos irreduciblemente

complejos analizados por Behe es el flagelo bacterial, un motor giratorio en

forma de látigo e impulsado por ácido que gira a 100,000 revoluciones por

minuto, permitiendo la navegación de las bacterias en su ambiente acuoso.

Behe muestra que la intrincada maquinaria de este motor molecular -un rotor,

un estator, aros tóricos, cojinetes y un eje impulsor- requiere la interacción

coordinada de por lo menos treinta proteínas complejas, y que la ausencia de

cualquiera de ellas produciría la falla total del motor. Behe argumenta que el

mecanismo darviniano es en principio incapaz de generar sistemas de complejidad

irreducible. En No Free Lunch [No Hay Comida Gratis] señalo que el

concepto de complejidad irreducible de Behe constituye un caso especial de

complejidad especificada que  implica, necesariamente, la existencia de un

diseño, como en el caso del flagelo bacterial y otros sistemas.

Al aplicar la prueba de la complejidad especificada a los organismos

biológicos, los teóricos del diseño se concentran en sistemas identificables

-encimas individuales, máquinas moleculares y cosas así- que exhiban una

función clara y cuya complejidad pueda evaluarse razonablemente. Por supuesto,

cuando alguna parte de un organismo exhibe complejidad especificada, se asume

que todo el organismo fue diseñado. No es necesario demostrar el diseño de cada

aspecto del organismo, aunque algunos aspectos puedan haber sido resultado de

fuerzas puramente físicas.

La teoría del diseño ha tenido una historia turbulenta. Hasta ahora, su

principal falla había sido la falta de una fórmula conceptualmente poderosa que

hiciera avanzar fructíferamente a la ciencia. Hoy la detectabilidad empírica de

las causas inteligentes promete convertir al diseño inteligente en una teoría

científica hecha y derecha, distinguiéndola de los argumentos de diseño

filosóficos y teológicos tradicionalmente conocidos como “teología

natural”.

El mundo presenta sucesos, objetos y estructuras cuya explicación agota

todas las causas naturales no dirigidas posibles, y que sólo pueden aclararse

echando mano a causas inteligentes. La teoría del diseño inteligente lo

demuestra rigurosamente. Así toma una vieja intuición filosófica y la

transforma en un programa de investigación científica.


Published August 11, 2006