Cómo nos rebaja a tontos el Darvinismo: Evolución y postmodernismo

En la primavera de 2005, en la Universidad de Stanford, fui presionada por las multitudes por primera vez. Organizados por un grupo universitario llamado Pensamiento Racional, los alborotadores portaban letreros de protesta contra la presencia de partidarios del diseño inteligente en el campus. Varios grupos ateos locales se unieron a la controversia, chisporroteando coloridas historias en los periódicos locales.

Ante mí en el podio estaba Michael Behe, autor de La Caja Negra de Darwin, hablando de las pruebas científicas contra la teoría de la evolución. Yo le seguí con una explicación de las implicaciones culturales y filosóficas de ésta. Sorprendentemente, conforme hablaba algunos de los manifestantes suavizaron su actitud hostil y de hecho empezaron a poner atención. La idea central de mi charla era que el darvinismo rebaja las posibilidades de llegar a la verdad por medio de la razón -¡un argumento que pareció inquietar a los estudiantes ateos que habían organizado su grupo específicamente para promocionar el pensamiento racional!

Para entender en qué forma el darvinismo devalúa la racionalidad, podemos regresar con el pensamiento hasta el siglo diecinueve, cuando la teoría llegó por primera vez a los Estados Unidos. Casi inmediatamente fue recibida con agrado por un grupo de pensadores que empezaron a desentrañar sus implicaciones más allá de la ciencia. Se dieron cuenta de que el darvinismo implica la extensa filosofía del naturalismo (es decir, que la naturaleza es todo lo que existe, y que todo fenómeno puede explicarse adecuadamente recurriendo a causas naturales). Así empezaron a aplicar la perspectiva naturalista del mundo a todas las áreas: filosofía, psicología, leyes, educación y arte.

Pero eso no fue todo; en la base de estos esfuerzos había un enfoque naturalista del conocimiento mismo (la epistemología). La lógica era la siguiente: Si los humanos son producto de la selección natural darvinista, obviamente el cerebro humano también. Esto implica que todas nuestras creencias y valores son producto de fuerzas evolutivas: las ideas surgen en la mente humana por casualidad, como las variaciones aleatorias de Darwin en la naturaleza, y aquellas que representan una ventaja en la lucha por la supervivencia perduran convirtiéndose en sólidas creencias y convicciones. Esta perspectiva del conocimiento tomó el nombre de pragmatismo (la verdad es lo que funcione) o instrumentalismo (las ideas son sólo herramientas para la supervivencia).

Lógica Darvinista 

Uno de los principales pragmatistas fue John Dewey, quien tuvo más influencia en la teoría de la educación en Estados Unidos que cualquier otro en el siglo XX. Dewey rechazó la idea de que hubiera un elemento trascendente en la naturaleza humana, típicamente definido como mente, alma o espíritu, capaz de conocer una verdad u orden moral trascendentales. En lugar de ello, consideraba a los seres humanos como meros organismos adaptables a los retos que les presenta el ambiente. En su teoría educativa, el aprendizaje es sólo otra forma de adaptación -un tipo de selección natural mental. Las ideas evolucionan como  herramientas para la subsistencia, como evolucionan los dientes del león o las garras del águila.

En un famoso ensayo llamado “La Influencia de Darwin en la Filosofía”, Dewey dijo que el darvinismo conduce a una “nueva lógica aplicable a la mente, la moral y la vida”. En esta nueva lógica evolutiva, las ideas no son juzgadas mediante la norma trascendental de la Verdad, sino de acuerdo a su eficacia para conseguirnos lo que deseamos. Las ideas no “reflejan realidad”, sólo sirven a intereses humanos.

Para enfatizar cuán revolucionaria fue esta perspectiva, hasta ese momento la teoría del conocimiento dominante, la epistemología, estaba basada en la doctrina bíblica de la imagen de Dios. La confianza en la fiabilidad del conocimiento humano se derivaba de la convicción de que la razón humana finita refleja (por lo menos hasta cierto grado) la razón divina infinita. Debido a que el mismo Creador el universo creó también nuestras mentes, podemos confiar que nuestras capacidades mentales reflejan la estructura del universo. En The Mind of God and the Works of Man [La Mente de Dios y las Obras del Hombre], Edward Craig muestra que aunque los pensadores occidentales empezaron a alejarse de la teología cristiana ortodoxa, la mayoría seguía reteniendo la noción de que nuestras mentes reflejan una mente absoluta como base de la confianza en la cognición humana.

Por el contrario, los pragmatistas no tardaron en asumir directamente las implicaciones de la evolución naturalista. Si las fuerzas evolutivas produjeron la mente, decían, entonces todas nuestras creencias y convicciones no son más que estrategias mentales de supervivencia, que deben juzgarse en razón de su éxito práctico en la conducta humana. William James decía que la verdad es el “valor en efectivo” de una idea: si rinde frutos, entonces podemos llamarla verdad.

El Pragmatismo Hoy 

Esta lógica darviniana continúa moldeando el pensamiento norteamericano con mayor fuerza de la que imaginamos. Tomemos como ejemplo la religión. William James fue criado en un hogar con intenso interés religioso. (Durante el Segundo Gran Reavivamiento su padre se convirtió al cristianismo y, tiempo después, se pasó al swedenborgianismo). Como resultado, James aplicó su filosofía del pragmatismo a la religión: Decidimos si Dios existe o no, dependiendo de si esa creencia tiene consecuencias positivas en nuestra experiencia. “Una idea es ‘verdadera’ siempre y cuando creer en ella sea provechoso para nuestras vidas”, James escribió en What Pragmatism Means [Lo Que Significa el Pragmatismo]. Así, “si las ideas teológicas demuestran tener valor para la vida concreta, serán verdad”.

¿Le suena familiar? Hoy muchos norteamericanos eligen su religión basándose en lo que satisface sus necesidades, los “afirma” o los ayuda a  hacer frente con mayor eficacia a problemas personales, desde bajar de peso hasta mejorar su matrimonio. Recientemente estuve “chateando” con una cristiana muy activa en su iglesia; cuando abordamos el tema de un amigo mutuo no creyente, su respuesta fue: “Bueno, hacemos lo que nos funciona”. Pero, hay un grave problema en escoger una religión según “lo que nos funcione”: que no podemos saber si es verdad o es sólo una proyección de nuestras necesidades. Como dice el teólogo luterano John Warwick Montgomery: “Las verdades no siempre ‘funcionan’, y las creencias que ‘funcionan’ no siempre son verdad”.

Así como el pragmatismo religioso de James prácticamente ha llegado a dominar el enfoque moderno de espiritualidad, el pragmatismo de Dewey se ha vuelto la perspectiva preferida de la educación. Prácticamente en todas las materias -desde matemáticas hasta ética- los maestros están entrenados para actuar como “facilitadores”, no como guías; presentan problemas a los alumnos y los dejan crear sus propias estrategias pragmáticas para resolverlos. Por supuesto, los buenos maestros siempre han enseñado a los alumnos a pensar por sí mismos; pero las metodologías sin dirección implican mucho más que eso. Saltan repentinamente de la epistemología darviniana que niega la existencia de cualquier verdad objetiva o trascendental.

Tomemos como ejemplo el “constructivismo”, una tendencia popular hoy en la educación. Pocos se dan cuenta de que está basada en la idea de que la verdad es sólo una construcción social para resolver problemas. En la Universidad de Georgia, Ernst von Glasersfeld, uno de los principales teóricos del constructivismo, es franco acerca de sus raíces darvinistas. “La función de la cognición es adaptativa en el sentido biológico”, escribe. “Esto significa que ‘saber’ no equivale a poseer ‘representaciones verdaderas’ de la realidad, sino más bien poseer formas y significados de actuar y pensar que le permiten a uno lograr las metas que haya elegido”. En resumen, la epistemología darviniana implica que las ideas son solamente herramientas para alcanzar las metas humanas.

Campus Postmodernistas 

Estos resultados del pragmatismo son bastante postmodernistas, así que no causa sorpresa saber que el prominente postmodernista Richard Rorty se llame a sí mismo neopragmatista. Rorty argumenta que el postmodernismo es sencillamente el resultado lógico del pragmatismo, y explica por qué.

Según el enfoque tradicional y sensato del conocimiento, nuestras ideas son verdaderas cuando representan la realidad o corresponden a ella. Pero según la epistemología darviniana, las ideas no son sino herramientas que han evolucionado para ayudarnos a controlar y manipular el ambiente. Como Rorty lo dice: nuestras teorías “no tienen más relación representativa con la naturaleza intrínseca de las cosas que la trompa del oso hormiguero o la habilidad del pájaro tejedor” (Verdad y Progreso). Entonces, evaluamos una idea en la misma forma que la selección natural preserva la trompa del oso hormiguero o el instinto tejedor de un pájaro: no preguntando si representa una realidad objetiva, sino sencillamente qué tal funciona.

Una vez estaba presentando la progresión del darvinismo al pragmatismo postmodernista en una universidad cristiana, cuando un hombre levantó la mano: “Sólo tengo una pregunta: estos tipos que piensan que todas nuestras ideas y creencias son resultado de la evolución… ¿también creen que sus propias ideas son resultado de la evolución? El público aplaudió encantado, porque aquel hombre había captado la falacia principal del enfoque darvinista del conocimiento. Si todas las ideas son producto de la evolución, y por lo tanto no son realmente la verdad sino sólo herramientas para la supervivencia, entonces la teoría de la evolución no es verdad tampoco. ¿Por qué tendríamos que prestarle atención los demás?

De hecho la teoría se rebaja a sí misma, porque si la evolución es verdad, entonces no es verdadera, sólo útil. Este tipo de contradicción interna es fatal, porque una teoría que asegura algo y al mismo tiempo lo niega, es sencillamente una tontería. En resumen, la evolución naturalista se refuta a sí misma.

Choque de Perspectivas 

Los medios de comunicación pintan la controversia de la evolución como un enfrentamiento entre ciencia y religión; pero es mucho más preciso describirla como un choque de visiones del mundo: una filosofía contra otra filosofía. Dejando claro este punto se nivela el campo de juego y se abre la puerta al diálogo serio.

Lo interesante es que algunos evolucionistas aceptan este argumento. Michael Ruse hizo una famosa confesión en el simposio de 1993 de la Asociación Norteamericana para el Avance de la Ciencia. “La evolución es una teoría científica comprometida con el naturalismo”, dijo -es decir que es una filosofía, no sólo hechos. Continuó: “La evolución… de manera muy parecida a la religión, implica ciertas presuposiciones metafísicas o a priori, las cuales en cierto nivel no se pueden probar empíricamente”. Los colegas de Ruse quedaron pasmados y en silencio y después uno de ellos, Arthur Shapiro, escribió un comentario titulado: “Did Michael Ruse Give Away the Store?” [¿Remató Michael Ruse la Tienda?]”

Irónicamente, en el proceso Shapiro mismo admitió que “bajo la ciencia yace un núcleo irreducible de suposiciones ideológicas”. Continuó: “El darvinismo es una preferencia filosófica, si con ello queremos decir que elegimos discutir el universo material en términos de procesos materiales accesibles por operaciones materiales”.

Es esta dimensión de la visión del mundo la que hace tan importante el debate entre Darwin y el diseño inteligente. Todo sistema de pensamiento empieza con un relato de la creación que ofrece una respuesta a la importante pregunta: ¿De dónde salió todo? Ese crucial punto de partida da forma a todo lo que sigue. Hoy se aplica el enfoque naturalista del conocimiento a casi todos los campos. Algunos dicen que estamos entrando en una era de “darvinismo universal”, en la que ya no es sólo una teoría científica, sino una visión del mundo de gran alcance.

Hoy es común escuchar que los Estados Unidos están enredados en una “guerra cultural” contra las normas morales conflictivas. Pero debemos recordar que la moralidad siempre se deriva de una perspectiva subyacente del mundo. La guerra cultural refleja una guerra cognitiva de perspectivas del mundo -y en el corazón de cada una de ellas hay un relato de los orígenes.

Resumen Biográfico: Nancy Randolph Pearcy es la experta Francis A. Schaeffer del Instituto de Periodismo Mundial. Estudió con Schaeffer en L’Abri en la década de 1970, luego obtuvo una maestría en artes del Seminario Teológico Covenant, seguida de otros cursos de maestría en filosofía en el Instituto de Estudios Cristianos de Toronto. Es autora y colaboradora de varias obras, entre ellas The Soul of Science and How Now Shall We Live? [El Alma de la Ciencia y ¿Cómo Debemos Vivir Ahora?] Su libro más reciente Total Truth: Liberating Christianity from Its Cultural Captivity [Verdad Total: Liberando al Cristianismo de su Cautividad Cultural] ganó un premio al mérito en los Premios al Libro 2005 de Christianity Today, y medalla de oro al mejor libro del año en la categoría Cristianismo y Sociedad.


Published November 6, 2017