Dr. Robert Kaita
Laboratorio de Física del Plasma
Universidad de Princeton
El 2005 fue el año internacional de la física. En este año, se conmemoró el centésimo aniversario de los documentos de Albert Einstein que cambiaron nuestra percepción del mundo. Estos documentos prueban que todo está hecho de átomos e incluyen una explicación de los fenómenos que ocurren a esa escala infinitesimal -lo que posteriormente se conocería como mecánica cuántica. También presentaron al mundo la teoría de la relatividad.
Einstein planteó una pregunta que los científicos, como tales, aún no pueden responder: ¿por qué es comprensible el universo? No sabemos, por ejemplo, por qué hay solamente unas cuantas leyes físicas. La ley de gravedad puede explicar cómo nos mantenemos pegados a la tierra, pero también cómo se atraen las galaxias unas a otras para formar conglomerados.
Sabemos que el universo es muy viejo, pero no infinitamente viejo. No sabemos por qué se originó en un momento, en lo que hoy llamamos Big Bang o Gran Explosión. Irónicamente, este nombre tan frívolo fue inventado por los detractores de esta teoría, quienes creían en un estado estacionario del universo y desdeñaban la idea de que haya tenido un principio. Sin embargo, los astrónomos encontraron pruebas de la Gran Explosión al observar que las galaxias lejanas se estaban apartando de nosotros. Como la teoría lo predice, las más lejanas eran también las más veloces.
Pensamos que el carbón se formó dentro de las estrellas hace mucho tiempo. Sin embargo, no sabemos por qué se creó la cantidad justa en proporción con elementos más pesados, haciendo posible la vida en la Tierra. Se cree que el carbón fue liberado durante la explosión de las estrellas, y que con el tiempo una cantidad suficiente se fusionó formando nuestro planeta y convirtiéndose en parte de todo organismo viviente.
Algunos científicos explican todo esto diciendo que simplemente así debe ser. En otras palabras, si el universo fuera diferente, no estaríamos aquí para preguntar por qué las cosas son como son. Esta “explicación” tiene una etiqueta formal. Es el “Principio Cosmológico Antrópico”, y la última palabra del nombre refleja su énfasis en la existencia de los seres humanos como la razón de todo lo que observamos.
Otros científicos, como yo, se sienten perfectamente cómodos con la idea de que nuestro universo es obra de un creador. Sin embargo, todos tendríamos que aceptar que una persona puede adoptar cualquiera de estas dos posturas y seguir siendo un buen científico. Se requiere tanta fe para creer que no existe un creador como para creer que sí existe.
Sin ir a los extremos del Principio Cosmológico Antrópico, muchos se imaginan un creador con el limitado papel de “hacer rodar la bola”. Tal vez conozca a alguna de esas personas que pasan grandes apuros acomodando un número inmenso de fichas de dominó para entrar al Libro de Records Mundiales de Guinness. En una cruda analogía, el papel del creador del universo sería tirar la primera ficha y ver cómo cae el resto.
Por alguna razón, esa imagen no nos satisface mucho. ¿Por qué alguien se molestaría en resolver tantos problemas para crear el universo como lo conocemos, para luego sentarse a ver cómo resultan las cosas? Pero una pregunta incluso más importante para el científico es esta: ¿Funciona realmente el universo como un juego de fichas que caen inexorablemente una después de la otra sin intervención?
Hay una adivinanza que dice: “¿cuántos programadores se necesitan para cambiar un foco?” La respuesta es: “Ninguno. Es un problema de hardware”. Ya sea que se ría o gruña, la base de este chiste es fácil de entender. En nuestra experiencia, los focos, al igual que cualquier invención de la ingenuidad humana, no duran para siempre.
Como físico experimental, algunas veces me detengo maravillado ante el milagro de que mi automóvil arranque, después de haber pasado un día difícil en el laboratorio tratando de hacer funcionar un aparato. No está en duda la necesidad de un experimentador que asuma un papel activo para que los experimentos tengan éxito. De igual forma, todo mundo sabe lo que pasa si se retrasan por mucho tiempo las “intervenciones” en un programa de servicio al automóvil. La frase “conducir el automóvil hasta que se acabe” tiene una base empírica.
Incluso dejar equipo “en el estante” no garantiza que funcione cuando se le necesite. Mi investigación se enfoca al desarrollo de una fuente de energía limpia y segura a partir de la fusión nuclear (el proceso que energiza al sol). Parte de mi trabajo consiste en la evacuación de cámaras que contienen gases ionizados calientes (plasma) necesarios para que ocurran las reacciones de fusión. Para esto utilizamos bombas de alta velocidad con cojinetes fabricados muy cuidadosamente. Tan sólo dejar asentados los cojinetes durante un período aparentemente modesto, es suficiente para deformarlos y hacer fallar las bombas.
Dada mi íntima familiaridad con los “problemas de hardware”, la envidia que ocasionalmente siento hacia mis colegas físicos teóricos puede no ser una sorpresa. Sus códigos funcionan incluso después de haberlos dejado de lado por algún tiempo. Si no funcionan, generalmente la causa es una pieza tangible de equipo que puede “gastarse”. La solución para los desarrolladores de códigos es llamar a alguien que arregle el hardware. Pero, ¿pueden estar totalmente seguros de que esto solucionará el problema? Aquí se nos plantea una pregunta más profunda con respecto a las leyes de la física que gobiernan el funcionamiento de los circuitos integrados en el corazón de las computadoras modernas. ¿Por qué permanecen iguales estas leyes día tras día? Podemos imaginar que el hardware se desgaste con el tiempo, pero no hay una razón fundamental para que el software que corre en él sea tan “inmutable”.
En lo que a mi respecta, encuentro la respuesta al final del octavo capítulo del Génesis. Ahí, Dios hace la siguiente promesa sagrada a la humanidad:
“Mientras la tierra exista,
habrá siembra y cosecha,
frío y calor,
verano e invierno,
y días y noches”.
No existe una razón a priori para que una estación siga a la siguiente, de forma que las semillas que plantemos produzcan la cosecha necesaria para nuestra supervivencia. Es Dios quien asegura esta regularidad “mientras la tierra exista”.
Por supuesto, no todo el mundo necesita la respuesta proporcionada por el Génesis para saber por qué la ciencia “funcionará” mañana. Podemos invocar el Principio Cosmológico Antrópico para “explicar” la persistencia de los patrones que vemos en nuestro universo y asegurar que si las cosas no fueran así, no podríamos existir. Tal idea refleja, una vez más, el enfoque en nosotros mismos y en nuestro aquí y ahora. Sin embargo contesta muy forzadamente la pregunta más profunda de por qué estamos aquí en primer lugar, y oculta el egocentrismo que ha existido desde los albores de la humanidad.
Para ilustrar este argumento veamos el siguiente suceso ocurrido hace dos milenios durante el ministerio de Jesús. En el capítulo diecisiete del Evangelio de Lucas, leemos cómo Jesús encuentra a diez leprosos. Les dice que vayan con los sacerdotes y son sanados. Sin embargo, sólo uno regresa y se tira agradecido a los pies de Jesús, alabando a Dios. Aunque la curación milagrosa es importante en esta historia, hay otra lección igualmente significativa en las diferentes reacciones de quienes fueron sanados.
En la ciencia moderna, los milagros nada tienen que ver con el hecho de que contemos con tratamientos médicos para curar la lepra, o de que usted pueda atestar su iPOD con muchas canciones. Más bien se trata de nuestra capacidad de ejercer la ciencia, y de seguir ejerciéndola. En este sentido, todos los científicos creen tácitamente en este “milagro” de realizar su trabajo.
No hay por qué cuestionar la validez de esta aserción. El problema es la forma en que reaccionamos a esta realidad. Las reacciones de los hombres sanados por Jesús continúan hablándonos hoy en día. Podemos enfocarnos “antrópicamente” en nosotros mismos y alejarnos alegremente sin apreciar lo que representa nuestra propia existencia… o podemos dar la vuelta agradecidos con Dios, quien nos ha creado y sustenta toda la creación.
Resumen biográfico: El Dr. Robert Kaita es físico en el Laboratorio de Física del Plasma de la Universidad de Princeton, donde dirige las instalaciones para la investigación de la energía por fusión. Ha supervisado las investigaciones de casi dos docenas de alumnos de maestría adscritos al Programa de Física del Plasma en el Departamento de Ciencias Astrofísicas de Princeton. Su trabajo ha sido presentado en conferencias en todo el mundo, y ha quedado registrado en casi 300 publicaciones. El Dr. Kaita es miembro de la Asociación Norteamericana para el Avance de la Ciencia, organización hermana de la Sociedad Física Estadounidense. También fue presidente de la sucursal de Sigma Xi, la Sociedad para la Investigación Científica, en Princeton.
Published November 3, 2017