Por Jonathan Witt
La metáfora del cosmos visto como un “reloj” capturó la imaginación de los
pensadores de la Ilustración, mientras éstos eran confrontados por percepciones
frescas de las leyes que gobiernan el movimiento tanto cercano como lejano. A
pesar de los avances de la ciencia desde la Ilustración, persiste la idea de la
metáfora del cosmos visto como un reloj. De hecho, ahora sabemos que las
constantes físicas de la naturaleza están finamente sintonizadas a un grado
casi inimaginable, de modo que, por ejemplo, aún los cambios más imperceptibles
en la fuerza de gravedad o el electromagnetismo incapacitarían al universo para
albergar formas de vida. En un sentido estricto, entonces, el universo es como
un reloj; sus constantes físicas evocan a un instrumento de
precisión.
Pero los problemas comienzan cuando las metáforas se redefinen. La metáfora del
cosmos visto como un reloj es una imagen ilustradora. Aún así, todas las
metáforas cederán si se les presiona lo suficiente, y esta en particular se
derrumba rápidamente.
Pensemos en los dioses del Monte Olimpo, moralmente comprometidos e
interviniendo en los asuntos de su variada descendencia humana; o en “El Único”
de Platón (que él mismo también llamaba “El Bueno” o “Padre de ese
Capitán y Causa); o del Santo Dios de la Biblia, padre, pastor y esposo
de Su pueblo. Con ninguna de estas concepciones de la deidad se ha edificado el
mundo principalmente como un instrumento de precisión cuyo propósito es
funcionar a la perfección, de modo que su creador nunca necesitara
prestarle continua atención. Siempre que la deidad se concibe como una
personalidad, y no meramente como un Principio Inicial organizador sin
sentimientos, se le describe como interesado en el mundo mismo, como un creador
que se deleita en el trabajo de sus manos.
En una entrevista para The Philadelphia Inquirer, el biólogo y
prominente darwinista Kenneth Miller dijo, “El Dios del movimiento del Diseño
Inteligente es demasiado pequeño.” . . . En su opinión, él diseñó todo en el
mundo y sin embargo interviene repetidamente en su creación y al intervenir
viola las leyes de su propia creación. Su Dios es como un muchacho que no es
muy buen mecánico y tiene que estar levantando el cofre de su auto para
experimentar con el motor” (Mayo 30, 2005, A01) Miller es católico romano, pero
notemos cuán alegremente iguala el involucramiento continuo del diseñador en la
creación con la incompetencia. ¿Por qué? ¿Y qué si el creador prefiere
mantenerse involucrado? ¿Qué si no desea darle cuerda al reloj del cosmos y
dejar que funcione solo creando por si mismo desde supernovas hasta girasoles?
¿Qué si desea ensuciarse las manos al modelar con lodo?
¿Qué si el diseñador es más como un dramaturgo inspirado que como un relojero
aburrido? ¿Acaso le diríamos a Shakespeare, “¡sigues escribiendo y
reescribiendo tus obras!”? Tienes la triste imperfección de querer protagonizar
tus creaciones con actores vivos, y peor aun, ¡dirigiéndolos! Repetidamente
violas las reglas del drama y la poesía con tu urgencia detestable e
incontenible de crear algo nuevo y absolutamente incapaz de ser dejado a su
suerte. ¡Qué vergüenza!
Ciertamente podríamos intentar discutir el orden de la naturaleza sin
considerar la actitud del creador hacia su creación (esto es, sin importar si
es más bien relojero, actor, o director de teatro). Pero los darwinistas
ya han contrabandeado este punto en el debate asumiendo que, si existiera un
diseñador, sólo podría tratarse de un ingeniero desentendido e hiper-pulcro.
Habiendo contrabandeado esta suposición, se refieren a cualquier evidencia de
un diseñador que (como ellos lo ponen) “se entromete en su creación” como fuera
de consideración.
De manera similar, descalifican la noción de que un diseñador omnipotente y
omnisciente podría formar una criatura que, visto estrechamente, quedaría lejos
de ser considerado un diseño ideal. Aquí no sólo realizan una demanda teológica
sino también ignoran cuestiones fundamentales a la vez prácticas y estéticas:
¿Cómo se contraponen las consideraciones de equilibrio ecológico con la crítica
de las estructuras animales? O más poéticamente, ¿cómo desempeña su papel cada
criatura en el drama completo de la vida? Ellos culpan al diseñador, por
ejemplo, de no darle a los pandas pulgares prensiles. Argumetan por ejemplo,
que un diseñador omnisciente y omnipotente habría sabido ya sobre la
superioridad del pulgar prensil, y se habría asegurado de dárselo. Puesto
que no lo hizo, él no existe obviamente, ni está implicado directamente en
el diseño de los pulgares.
La ironía es que los pulgares notablemente robustos del panda funcionan
maravillosamente para pelar el bambú. ¿Debe ser la preocupación principal del
diseñador cósmico de pandas que sean los osos más diestros divinamente
imaginables? Desde un punto de vista puramente práctico, ¿podrían los
über-pandas de pulgares prensiles causar estragos en su ecosistema?
¿Desde un punto de vista puramente estético, podrían ser tales pandas
encantadores en sus árboles de bambú con sus pulgares no prensiles justo la
clase de actor de reparto humoroso que este gran drama cósmico necesita para
hacer las cosas un poco más llevaderas? Si Shakespeare pudo introducir un
sepulturero cómico en la tragedia de Hamlet, ¿por qué no puede Dios introducir
tales ocurrencias en Su obra?
¿Los pandas como terapia cómica? Menospreciar esta noción como patentemente
ridícula, como la consideración anterior, es meramente exponer nuestros
prejuicios utilitarios. ¿Por qué, después de todo, debe el mundo del diseñador
ser leído como un libro de texto aburrido de ciencia de la secundaria, carente
de humor, homogéneo, y sofocado bajo el peso muerto de una voz pasiva,
supuestamente ausente? ¿Por qué el mundo del diseñador no debería entretener,
divertir, fascinar, además de “funcionar”? ¿Por qué, resumiendo, no debiéramos
esperar el experimentar en él la riqueza de la variedad y el tono que
encontramos en una obra de arte como Hamlet?
La discusión del buen diseño contra el mal diseño se enmarca comúnmente en una
perspectiva de ingeniero, no la de artista o la de un místico. Cuando se lo
hice ver al filósofo Jay Richards hace algunos años, me respondió por carta:
“Después de todo, ¿por qué asumimos que Dios creó el universo como un reloj, en
el cual un mecanismo de cuerda automático lo haría ‘mejor’? Quizá el universo
es como un piano, o una novela con el autor como personaje, o un jardín para
otros seres con los que Dios quiere interactuar. Es sorprendente cómo una
simple imagen puede secuestrar una discusión durante siglo y medio.”
Para evolucionistas como Stephen J. Gould y Richard Dawkins, el pensamiento
reduccionista allana el camino a todo tipo de conclusiones sin fundamento.
Gould predica contra el punto de vista atomista que dice que “los totales
pueden ser comprendidos al separarse en unidades ‘básicas’, pero luego Gould
mismo practica este punto de vista. Él y muchos otros biólogos asumen no sólo
que la naturaleza es un tipo de reloj, sino que cada persona es un reloj de
diseño individual, su propia máquina, hecha para ser juzgada en un aislamiento
relativo. Evalúan los pulgares del panda basados en qué tan bien
funcionan como pulgares, no por cómo qué tan bien encajan en toda la vida del
panda, incluyendo su lugar en su propio medio ambiente. A nivel estético,
asumen que el creador del panda no pudiera haber estado pensando (como lo hacen
los artistas) en la obra completa. Éste es el mismo error que los darwinistas
cometen una y otra vez.
Por ejemplo, en The Blind Watchmaker [El Relojero Ciego], Richard
Dawkins ignora las demandas de visión superior en su crítica a los ojos de los
mamíferos, enfocándose en el tan llamado ” cableado cruzado” de los ojos:
Cada fotocélula está, en efecto, cableada al revés, con su cable saliendo del
lado más cercano a la luz. . . . …Esto significa que la luz, en vez de
concedérsele un paso libre a la fotocélula, tiene que pasar a través de un
bosque de cables en conexión, presumiblemente sufriendo cuando menos cierta
atenuación y distorsión (en realidad probablemente no en demasía, pero aún así,
¡se trata del principio de aquello que ofendería la mente de un ingeniero de
mente estrecha!)
Su análisis se colapsa bajo dos errores. Primero, el genetista Michael Denton
ha demostrado claramente que el cableado inverso del ojo del mamífero en
realidad le confiere una ventaja distintiva al incrementar drásticamente el
flujo de oxígeno al ojo. Dawkins el reduccionista pasa por alto esto porque
analiza sólo órganos aisladamente cuando convienen a su propósito.
Después viene la obsesión de Dawkins por la pulcritud, su idea de que cualquier
creador decente idolatraría la pulcritud por sobre todas las cosas. ¿Realmente
queremos sustituir al diseñador exuberantemente imaginativo, incluso
caprichoso, por un demente cósmico de la eficiencia? Tal deidad serviría muy
bien como el dios nacional de los Nazis, igualando a Hitler golpe tras golpe.
Hitler en su desdén por la extendida diversidad de la humanidad; el obtuso
ingeniero cósmico en su insipidez, por un ecosistema ahogado y manchado por un
zoológico grotesco de órganos y organismos supuestamente inferiores al
estándar. O con esa grandiosa y pródiga catedral gótica que llamamos el mundo;
con un plano moderno y minimalista para un cosmos nuevo y más ordenado.
Interesantemente, el dios del canon del inglés, William Shakespeare, ha
recibido el mismo tipo de crítica por los críticos rígidos neoclásicos del
siglo dieciocho. Este actor convertido en escritor carecía de limitaciones
clásicas, establecía el argumento. Lewis Theobald quizás inició el largo siglo
de crítica agria a Hamlet cuando, en 1726, comentó sobre una línea
particularmente obscena en que Hamlet le dice a Ofelia: “Si alguna vez el poeta
mereció azotes por su cinismo bajo e indecente, fue por este pasaje”. No hay
que mencionar que el comentario de Hamlet no solo era con gracia, sino que
también era crucial para el desarrollo del personaje y la trama.
En el mismo tiempo, Charles Gildon se refería al hábito general de Shakespeare,
de mezclar lo alto con lo bajo, lo cómico con lo trágico como una “mezcla
monstruosa y antinatural”. Con un poco más de prudencia, Edward Taylor (no
confundir con el poeta metafísico americano del mismo nombre) lamentaba, “¡Qué
desatento a la propiedad y al orden, qué deficiente en agrupar, qué vasto en
exponer la asquerosidad así como las figuras bellas!”, con qué frecuencia lleva
a la audiencia “a arrastrarse en lodo y suciedad.”
Como el crítico moderno Herbert Spencer Robinson señaló en su obra sobre la
crítica a los ingleses shakespearianos, aún la admiración de los críticos
neoclásicos más simpatizantes fue siempre modificada y atenuada. . . …por
pesares que Shakespeare eligió, ya sea por ignorancia o por diseño, para
abrazar un método que descartó todas las reglas clásicas.”
¿Qué hacemos con esa critica hoy en día? La mayoría la encuentra dañinamente
estrecha. Pocos desean sustituirla por las obras del Shakespeare de “mentalidad
de multitud”, que quedó relativamente disminuido después de que sus
críticos detractores neoclásicos lo ataron de manos.
La relevancia de la comparación debe ahora quedar clara. La crítica a
Shakespeare es similar al tratamiento excesivamente pulcro del darwinismo a la
visión de los pulgares del panda. En cada caso el crítico analiza el trabajo
con mentalidad estrecha, ignorando el cuadro completo, sea ecológico, estético
o de otra índole. Los que proponen esta línea de argumentación valoran
una elegancia abstracta e hiper restringida en lugar de un criterio
frecuentemente más vital como la variedad, exuberancia imaginativa,
libertad, e incluso complejidad moral. En su intento por dominarlo todo,
niegan cualquier cosa que exceda su comprensión. Pierden el significado del
todo. Si eso es lucidez, también es locura.
Ahora bien, los darwinistas pueden quejarse, “¿Qué es toda esta palabrería
artística, estética? Somos científicos, no poetas o místicos que contemplan
estrellas. Dejemos a los artistas su creación de patrones, y déjenos regresar a
nuestra ciencia rígida y empírica”. Está bien, pero si ellos desean evitar un
argumento sobre principios estéticos, no deben asumir en sus
argumentos principios estéticos, que son en el mejor de los casos
altamente debatibles, y en el peor de los casos contrarios a los cánones del
arte.
Jonathan Witt, miembro decano del Instituto Discovery, es
co-autor, con Benjamin Wiker, de A Meaningful World: How the Arts and
Sciences Reveal the Genius of Nature. Witt obtuvo su doctorado en Lengua
Inglesa de la Universidad de Kansas donde sus disertaciones en estética
recibieron los más altos honores académicos y le valieron artículos en
Literature and Theology and The Princeton Theological Review.
Los ensayos de Witt han aparecido en publicaciones como The Seattle
Times, The Kansas City Star, Touchstone, and
Philosophia Christi. Su libro en proceso, Darwin vs.
Shakespeare, explora la manera en que los darwinistas emplean prejuicios
estéticos ampliamente desacreditados y supuestos estéticos contradictorios en
sus argumentos contra un creador.
Published August 9, 2006