Por Bruce A. Little
Al inicio de un período de sufrimiento, es común que los cristianos
soliciten oraciones y den testimonio oral de su confianza en Dios. El
sufrimiento puede ser, entre otras cosas, una dificultad, malestar, inquietud,
dolor, pérdida severa o incomodidad. Esta esperanza se expresa con palabras
como “Sé que Dios usará esto para Su gloria”, u otras similares. Algunos
justifican su esperanza con pasajes bíblicos donde Dios trajo bienestar durante
una situación difícil. Otros citan algún versículo en particular para apoyar el
argumento de que Dios hará algo bueno a través del dolor. En cualquier caso,
dicho argumento involucra la noción de que Dios cambia bendiciones por
sufrimientos. Lo importante es ver que estos testimonios no expresan realmente
confianza en la gracia y fortaleza de Dios. Por el contrario, son muestra de la
confianza de que Dios traerá algo especifico y bueno (aunque no mencionado) a
través de las penas. De hecho, hasta se llega a testificar que por eso Dios
permite el sufrimiento. Generalmente, quienes concuerdan con esa idea alientan
a otros a compartir ese tipo de testimonios, creyendo que denotan una fuerte y
elogiable confianza en Dios.
Por supuesto, los testimonios de fe en Dios siempre son bienvenidos en los
lugares de reunión. Sin embargo, la verdad de las cosas es que en muchos de los
testimonios anteriormente descritos la “esperanza en Dios” no es tanto eso,
sino una esperanza en lo que Dios hará. Los cristianos no debemos olvidar esta
sutil diferencia entre centrarse en Dios, o en lo que hará. Con frecuencia la
esperanza en la acción de Dios nos conduce a la decepción, el desaliento, o
incluso a albergar amargura contra el Creador cuando el resultado no se
materializa como los habíamos previsto. Más aun, mientras más se prolongue la
situación de sufrimiento sin llegar a una resolución, más probabilidades habrá
de reaccionar con decepción o amargura. En mis casi 30 años de pastor, he visto
a muchos retirarse de la iglesia o reducir su participación en la comunidad a
lo mínimo indispensable. Algunos simplemente “se van”. Otros ocultan
intencionalmente a la comunidad el hecho de estar decepcionados de Dios,
mientras continúan, aparentemente, sin ningún cambio. Los cristianos de este
ultimo caso se guardan sus dudas, pero generalmente a un costo muy alto. Con el
paso del tiempo, la decepción puede muy bien debilitar su confianza en Dios, y
por lo mismo, la vitalidad de su vida cristiana. Para el observador casual,
todo se ve aparentemente igual, pero internamente la decepción ahoga la vida
espiritual. Intelectualmente el cristiano sabe que Dios no le ha fallado, pero
emocionalmente experimenta un abandono cuando el resultado no iguala sus
expectativas. Se siente desilusionado o confundido respecto a cómo se supone
que funciona la fe en Dios.
¿Cómo podemos evitar que se decepcionen de Dios los corazones de quienes
realmente lo aman? Sabemos que la decepción no es resultado de una falta de
fidelidad de Dios durante nuestro sufrimiento. Aún así, ¿por qué tantos
cristianos se decepcionan de Dios con el desenlace de sus penas? ¿Será porque
esperan de Dios algo que nunca prometió? Por supuesto, no todos experimentan
esta decepción o confusión, y muchos nunca la expresan. Continúan afirmando que
Dios tiene la razón, aunque su corazón esté dolido por la desilución y el
desconcierto.
Me doy cuenta de que estoy generalizando, y que lo que voy a decir no explica
la decepción en todos los casos, ni implica que el desencanto ataque siempre a
todos los cristianos. Dicho esto, creo que el principal problema es nuestra
manera de pensar acerca de las promesas de Dios para los cristianos afligidos.
Es común escuchar que se sufre porque Dios ha prometido sacar algo bueno del
dolor, y que por eso lo permite en primera instancia. Por tanto, al sufrir es
normal que el cristiano trate de encontrar el bien oculto, porque piensa
sinceramente que Dios lo ha prometido. Estos testimonios sinceros, sin embargo,
revelan lo que parece ser un mal enfoque del sufrimiento. Lo que escuchamos es
un testimonio de esperanza en lo que Dios realizará, no de confianza en Dios,
independientemente del resultado que pueda justificar esa confianza. Creo que
este enfoque mal dirigido por el corazón origina el subsiguiente desaliento y
decepción. En realidad (aunque muchos protestarían para apoyar lo contrario),
el cristiano deriva su consuelo de lo que piensa (o espera) que Dios hará para
resolver su situación, en lugar de sentir consuelo en Dios Mismo. Si esto es
cierto, ¿cómo podemos evitar centrarnos en el final feliz y aún así encontrar
descanso en Dios cuando enfrentamos experiencias difíciles y dolorosas en la
vida?
Para contestar esta pregunta, será útil establecer una distinción entre dos
tipos de testimonios: los predictivos y los reflexivos. El testimonio
predictivo pronostica (en forma general o específica) lo que Dios hará en una
situación de sufrimiento dada. El testimonio predictivo se basa en el
resultado, y como tal se centra en lo que Dios va a hacer. En consecuencia, los
cristianos que testifican de este modo tienden a ocuparse del desarrollo de sus
penalidades para encontrar las bendiciones que Dios esté enviando a través del
sufrimiento. La decepción surge cuando los beneficios no son visibles. El
testimonio reflexivo escudriña una situación de sufrimiento particular, y
señala algunos beneficios que hayan resultado de ella. En este caso se da
crédito a Dios por traer bendiciones a través del dolor y el sufrimiento. Un
ejemplo de testimonio reflexivo sería el de José, registrado en Génesis 50:20.
Al final de su aventura, su testimonio fue que Dios actuó para imponerse a las
intenciones malvadas de sus hermanos, con la consiguiente y evidente bendición
de Dios. Así se entiende cuando José garantizó a sus hermanos que no tenían
nada que temer de él. Sus palabras fueron: “Vosotros pensasteis mal para mí,
pero Dios lo encaminó para bien”. Sin embargo, no fue este hecho lo que motivó
a José a confiar en Dios a través de toda su odisea, sino su temor de Dios (ver
Génesis 42:18). Recordemos que su testimonio viene al final, no al principio de
su prolongada aventura (lo cual no significa que todo lo que pasó en Egipto
fuera malo para José, si bien fue separado de su familia y soportó algunos
castigos injustos).
El testimonio de José fue reflexivo, que mira hacia los hechos del pasado y
observa cómo obró Dios. Igualmente, toda persona sujeta a sufrimiento pudiera
muy bien compartir un testimonio reflexivo, aunque cada caso puede ser
diferente. Algunos casos pudieran ser como el de José. Otros podrían ser como
el de Pablo, con una prueba como “aguijón en la carne” gracias a la cual, según
su testimonio, aprendió de primera mano grandes lecciones espirituales, y
aunque la penalidad continuaba, le bastó con la gracia de Dios. Pero no debemos
usar un testimonio reflexivo como base de uno predictivo. El testimonio
reflexivo es personal. Su valor es la motivación que aporta a otros al ver cómo
Dios obró en una situación particular. También nos alienta a regocijarnos con
quien cuenta el testimonio. Pero no debemos utilizarlo para prometer a otros lo
que Dios hará con su sufrimiento. Si lo hacemos, los estaremos alentando
a centrarse en el resultado, no en Dios, y a exponerse a una posible
decepción. Entonces, ¿que debemos aconsejar a quienes sufren, incluyéndonos a
nosotros mismos? ¿Qué promesas de Dios podemos señalar a otros, y a nosotros
mismos, que puedan apacentar al cuerpo dolorido y el corazón angustiado?
Las promesas (no testimonios) que veo en la Biblia relacionadas directamente
con el sufrimiento no están orientadas a los resultados. Dios ha prometido Su
consuelo, Su misericordia y Su gracia (ver 2a Cor. 1:3-4;12:9) durante la
prueba. Ha prometido Su presencia continua (ver Hebreos 13:5), y Su Espíritu
nos ha sido dado para que podamos tener Su paz (ver Juan 16:33). Él ha
establecido que nos ama y cuida de nosotros, de modo que podamos depositar
todas nuestras cargas en Él (ver 1 Pedro 5:7). De hecho, Él nos ha provisto de
la maravillosa promesa de la oración, mediante la cuál podemos presentar
nuestras peticiones a Él (ver Filipenses 4:6). Éstas parecen ser las promesas
diseñadas para nuestro consuelo en medio del sufrimiento. Son promesas
centradas en la manera en que Dios nos apacienta durante las dificultades, no
en un desenlace agradable. La manera que Dios elija para manifestar su
misericordia y gracia al final de la prueba deberá dejarse a su sabiduría y
amor. Ya que Dios es Luz, y no hay ninguna oscuridad en Él (ver 1 Juan 1:5), y
debido a que el buen árbol no produce fruto malo (ver Mateo 7:18), podemos
estar seguros de que lo malo no proviene de Dios. Sin embargo, Él puede usar el
sufrimiento en nuestras vidas para disciplinarnos cuando actuamos
contrariamente a Su Palabra. Aun así, si lo enfocamos adecuadamente, puede
ayudarnos a manifestar “el fruto apacible de justicia” (ver Hebreos 12:11). En
este caso, mucho depende de la manera en que el cristiano responda a la
disciplina. Si resiente el sufrimiento y no acepta la gracia de Dios, su vida
puede llenarse de amargura (ver Hebreos 12:15).
Lo que tenemos que ofrecer al corazón desfallecido, fatigado o angustiado,
es que El Padre celestial desea consolarnos y darnos la gracia para sostenernos
a través de los tiempos difíciles y dolorosos. Su Palabra durante el
sufrimiento se centra en la naturaleza del cuidado que Dios tiene de nosotros
durante nuestro sufrimiento, y en alguna bendición que puede darnos durante el
tiempo de prueba. Con esto no queremos decir que Dios nunca nos traiga
bienestar a través del dolor, por que sí lo hace. El tema es nuestro enfoque
del sufrimiento. En lugar de buscar la bendición resultante de la aflicción,
debemos buscar a Dios y recibir Su consuelo, misericordia y gracia por Sus
propios méritos. Con este enfoque nunca nos decepcionaremos de Dios aun cuando
hubiéramos preferido un desenlace diferente. Dado este enfoque, al inicio de la
prueba podemos testificar que buscamos a Dios y Su consuelo, misericordia y
gracia para que nos guíen y fortalezcan en medio de lo que enfrentamos. Al
final de la prueba (si existe un final), probablemente seremos capaces de
ofrecer un testimonio reflexivo que hable de alguna bendición proveniente del
sufrimiento. Pudiera ser algún logro alrededor nuestro, como en el caso de
José, o un caso de madurez espiritual proveniente de haber experimentado las
maravillas del consuelo de Dios de una manera especial, como en el testimonio
de Job (ver Job 42:1-6), o del apóstol Pablo (ver 2 Cor. 12:9-10). En cualquier
caso, tal testimonio glorificará a Dios y alentará a los hermanos, pero no debe
usarse para animar a otros creyentes a concentrarse en el resultado del
sufrimiento; pues eso abre la puerta a una ola de decepción más delante.
En resumen, nunca debemos permitir que los testimonios reflexivos se
conviertan en testimonios predictivos, pues quitaríamos el enfoque a Dios para
ponerlo en los beneficios del sufrimiento. Una motivación persistente en medio
del dolor es el resultado de centrarnos en el Padre celestial que desea
guiarnos con misericordia y gracia en medio del sufrimiento. Debemos ser como
Job de viejo, quien no se centró en el resultado, sino en Dios mismo, como lo
reveló cuando exclamó: “Aunque Él me matare, en Él esperaré” (ver Job 13:15,
RV). Entonces nuestro consuelo y comprensión del sufrimiento no se derivará de
nuestras expectativas y los resultados, sino de Dios que es bueno con Sus hijos
en todos Sus caminos. Si éste es nuestro enfoque, la decepción deja de tener
ventaja sobre nosotros.
Published July 23, 2007