Robert M. Bowman, Jr.
Gerente de Evangelismo, Apologética y Religiones del Mundo
Junta de Misiones Norteamericanas
La fiabilidad del relato de la conquista en el libro de Josué ha sido atacada desde dos frentes. En primer lugar, muchos críticos sostienen que definitivamente no ocurrió, por lo menos no como se cuenta en Josué. En segundo lugar, muchos críticos sostienen que la idea de que Dios haya autorizado a los israelitas a conquistar al pueblo de Canaán y matar no solamente a hombres, sino en algunos casos a mujeres y niños, es inmoral, por lo que la Biblia no fue escrita por inspiración divina. En este artículo se trata la primera objeción; trataré la segunda en otro artículo.
“Nosotros no lo hicimos, y esta es la razón por la que lo hicimos”
Lo primero que debemos señalar acerca de estas críticas es que son incompatibles una con la otra. ¿Quién se molestaría en justificar teológicamente una acción que no llevó a cabo?
Los críticos de la Biblia aseveran casi de manera unánime que Josué no libró las dramáticas batallas de conquista registradas en el libro de Josué, y que los escritores bíblicos racionalizaron esa inmoral invasión israelita asegurando que fue ordenada por Dios. Richard Dawkins, por ejemplo, describe el libro de Josué como “un texto singular por las sangrientas masacres que registra y por el sabor xenófobo con que lo hace”, además de asegurar que la conquista de Jericó a manos de Josué “nunca sucedió”1; pero eso no tiene sentido. La gente no busca justificar teológicamente algo que no hizo.
Las cosas empeoran cuando se amplía el contexto donde se da la divina orden de hacer la guerra de conquista contra los cananeos. El Pentateuco dice que los israelitas se rehusaban a invadir Canaán y que no lo hicieron hasta que murió toda una generación en el desierto. Si aplicamos el “criterio de la vergüenza” (más conocido quizá por la forma generalizada en que los expertos bíblicos lo aplican a los evangelios) a este relato del Pentateuco, la descripción de la generación que salió de Egipto siendo terca y dura de corazón, y que murió ignominiosamente en el desierto, debe considerarse bastante digna de credibilidad. Se necesitan muchos razonamientos ad hoc2 para sostener que el autor bíblico idealizó a Israel como ejército obediente de Dios con el objeto de justificar las batallas supuestamente inmorales (¡y ficticias!), a la vez que condenaba mordazmente la cobardía y falta de fe de Israel. En este caso tampoco es de ayuda criticar la fuente en el Pentateuco, ya que ambas motivaciones se encuentran en las mismas fuentes supuestas.
La mejor forma de escapar de este problema sería declarar que los autores bíblicos inventaron la cobardía y falta de fe de Israel para subrayar que la conquista y masacre de los cananeos fue idea de Dios y no de su pueblo. Pero tal explicación socava la declaración básica que se está haciendo contra la narración del Antiguo Testamento, a saber, la declaración de que los autores escribieron desde la perspectiva de una cultura que asumía erróneamente la legitimidad de las guerras y la noción de que Dios debe estar del lado de los vencedores. Si los escritores hubieran enfocado el tema a partir de esa suposición no habrían tenido ninguna razón para inventar que sus antepasados fueron idólatras irremediables y faltos de fe cuando se encontraban en los límites de Canaán, a pesar de haber presenciado las señales y prodigios más extraordinarios de la historia.
Si Números y Deuteronomio cuentan la verdad acerca de los israelitas en el desierto, a favor de lo cual he argumentado, entonces debemos considerar mucho más seriamente la declaración de que Dios les ordenó invadir y conquistar Canaán, como dicen los mismos libros. Para ser más exactos, habrá que reconocer que la idea de que Dios haya querido que los israelitas invadieran Canaán data de antes de la conquista. La teoría de que esta creencia surgió como justificación teológica a posteriori empieza a perder credibilidad.
Josué: Las pruebas
Ya hemos visto algunas pruebas de que el relato de la conquista la Tierra de Canaán por lo menos está basado en hechos históricos. Aunque hay mucho qué decir sobre el tema, voy a destacar tres pruebas a favor de la historicidad de este relato encontrado en el Antiguo Testamento.
(1) La lista de ciudades de la región jordana que los israelitas atravesaron de camino a la tierra que se menciona en Números 33:45-50 incluye Iyé, Dibón Gad, Abel Sitín y el Jordán. Una lista de lugares por donde pasaron las incursiones militares egipcias que datan más o menos del mismo período incluyen esos cuatro lugares en el mismo orden. En su libro The Bible Is History [La Biblia es histórica] Ian Wilson cita al arqueólogo Charles Krahmalkov acerca de este tema: “El relato bíblico de la invasión de la región transjordana que sirve de marco a la conquista de toda Palestina está contado dentro de un fondo histórico preciso. La ruta de la invasión israelita descrita en Números 33:50 fue… un camino egipcio oficial muy transitado que atravesaba la región transjordana a finales de la Edad de Bronce”.3 Esta información por sí sola no prueba que la conquista haya sucedido, pero al menos da cierta credibilidad al relato.
(2) Aunque la mayoría de los arqueólogos de hoy piensan que la historia de la conquista de Jericó por parte de Josué no puede ser verídica, es posible que su razonamiento esté basado en una cronología equivocada. Como la revista Time preguntó recientemente: “¿Conquistó Josué la ciudad de Jericó? Los muros de esta ciudad cananea sí se derrumbaron, dice la mayoría de los historiadores, pero siglos antes de que el protegido de Moisés llegara”.4 Este argumento se basa en las conclusiones de Kathleen Kenyon, quien en la década de 1950 fechó la caída de Jericó alrededor del año 1500 a.C., mientras que asumió que la conquista había tenido lugar mucho después, en el año 1200 a.C.; por lo que el problema es de cronología. A fin de cuentas el hecho es que “los muros” “se vinieron abajo”, como dice la Biblia, aunque la tradición arqueológica actual no pueda acomodar el evento en la fecha indicada por la Biblia. Los acontecimientos descritos en el Éxodo tropiezan con dificultades cronológicas similares: existen registros de que Egipto fue devastado por las plagas señaladas en el libro del Éxodo, pero la arqueología moderna establece dicha devastación cientos de años antes del período señalado por la Biblia.5 No debemos subestimar la profunda complejidad y dificultades inherentes a la calibración de los descubrimientos arqueológicos realizados en la región con la información cronológica encontrada en las fuentes escritas antiguas.
(3) Los científicos han descubierto pruebas que confirman de forma notable uno de los milagros de la conquista: el cruce del río Jordán. El libro de Josué cuenta que cuando los israelitas empezaron a cruzar el Jordán frente a Jericó, las aguas “formaron un muro que se veía a la distancia, más o menos por el pueblo de Adán” mientras que del otro lado fluyeron hacia el Mar Muerto (Josué 3:14-17). Este embalse del río hizo posible que los israelitas lo cruzaran caminando por el lecho seco. Los críticos de la Biblia con frecuencia afirman que tal evento nunca ocurrió, y sugieren que el libro atribuye a Josué este milagro similar al del cruce del Mar Rojo para retratarlo como el verdadero sucesor de Moisés. Sin embargo, existen bastantes pruebas, tanto internas como externas, que respaldan la historicidad del relato del cruce del Jordán por parte de Josué.
Adán era un pueblo ubicado a unas quince o veinte millas río arriba (al norte) de donde los israelitas cruzaron el río (cruzaron justo frente a Jericó). Este pueblo no tiene más importancia histórica ni religiosa que la de ser una “nota al pie” en este relato que explicaría por qué el libro de Josué lo señala como el lugar donde se detuvieron las aguas. Además, si la intención del autor hubiera sido escribir una “narración ficticia y pía” donde Josué detiene las aguas del Jordán, seguramente habría hecho que las aguas se detuvieran frente a los israelitas, no millas río arriba. Este detalle incidental indica claramente que la historia por lo menos está basada en hechos reales.
Pero hay más: Ahora sabemos cómo se formó el dique en el río Jordán. El cruce del Jordán fue posible debido a un alud de lodo causado por un terremoto que tuvo lugar precisamente donde el libro de Josué lo especifica. Los registros históricos confirman que ese tipo de aludes de lodo que obstruyen temporalmente el río han ocurrido de vez en cuando en ese mismo lugar del Jordán, incluyendo los años 1160, 1267, 1546, 1834, 1906 y 1927. Con estas pruebas, podemos cerrar el caso: los israelitas sí cruzaron el río Jordán después de que éste quedó obstruido varias millas río arriba de donde se encontraban.6
Por cierto, el hecho de que el río quedara obstruido debido a un terremoto y un alud de lodo no le quita a Dios el crédito que la Biblia le da. No hay nada malo en pensar que por lo menos algunos de los milagros del Antiguo Testamento puedan haber implicado procesos naturales sobre los cuales el Señor ejerció su soberano control de una forma dramática. Los aludes de lodo que obstruían el río Jordán no sucedían todos los días; por lo que sabemos, ocurrían cada dos siglos, en promedio. Sin embargo, el río se detuvo justo a tiempo para que los israelitas lo cruzaran, llegaran a la Tierra Prometida y marcharan sobre Jericó. Irónicamente, al usar esos procesos naturales como agentes de su dramática providencia para el pueblo de Israel, Dios dejó “pistas” de la veracidad de los relatos bíblicos, las cuales podemos examinar y verificar a miles de años de distancia.
Sería poco razonable insistir en que podemos probar cada uno de los detalles de un suceso que tuvo lugar hace más de tres mil años. Sin embargo, es sorprendente la gran cantidad de indicios existentes para corroborar o confirmar el relato de la conquista. Me parece que la afirmación de los escépticos de que la conquista nunca ocurrió parece ser la postura más necesitada de una defensa.
Notas
1 Richard Dawkins, The God Delusion [El engaño de Dios] (Boston y Nueva York: Houghton Mifflin, 2006), 247.
2 Se dice que un argumento o afirmación es ad hoc si la única razón aparente para proponerlo es salvar la teoría que uno tiene.
3 Ian Wilson, The Bible Is History [La Biblia es histórica] (Washington, DC: Regnery, 1999), 66, citando a Charles Krahmalkov, “Exodus Itinerary Confirmed by Egyptian Evidence” [Itinerario del Éxodo confirmado por indicios egipcios], Biblical Archaeological Review [Revista Arqueológica Bíblica], sept./oct. 1994, 58.
4 Michael D. Lemonick, “¿Son verídicas las historias de la Biblia?” Revista Time, 18 de dic., 1995, 69.
5 Ver, por ejemplo, Francis Hitching, The Mysterious World: An Atlas of the Unexplained [El mundo misterioso: Atlas de lo inexplicable] (Nueva York: Holt, Rinehart y Winston, 1979), especialmente p. 173; Emmanuel Anati, The Mountain of God [La montaña de Dios] (Nueva York: Rizzoli, 1986); Norman L. Geisler y Ronald M. Brooks, When Skeptics Ask [Cuando los escépticos preguntan] (Wheaton: Victor Books, 1990), 191-96.
6 Colin J. Humphreys, The Miracles of Exodus: A Scientist’s Discovery of the Extraordinary Natural Causes of the Biblical Stories [Los milagros del Éxodo: El descubrimiento de un científico acerca de las extraordinarias causas naturales detrás de las historias bíblicas] (San Francisco: HarperSanFrancisco, 2003), 15-27; Wilson, Bible Is History [La Biblia es histórica], 73-74; Kenneth A. Kitchen, On the Reliability of the Old Testament [Sobre la fiabilidad del Antiguo Testamento] (Grand Rapids: Eerdmans, 2003), 167.
Published October 10, 2007