La credibilidad y los milagros de Jesús

Craig Blomberg

Distinguido profesor de Nuevo Testamento, Seminario de Denver

Para algunas personas, los milagros de los evangelios son la parte más

difícil de creer entre todos los relatos del Nuevo Testamento. La ciencia

moderna, dicen, ha demostrado que el universo es una constante de causa y

efecto. Los pueblos antiguos creían en la posibilidad de la existencia de

fuerzas sobrenaturales obrando en el mundo, pero hoy nuestro conocimiento es

mayor, y tal creencia resulta más complicada de tener.

Actualmente los filósofos de la ciencia hacen énfasis en que por definición la

ciencia sólo puede demostrar lo repetible bajo condiciones controladas. Si

existe un Dios del tipo en el que los judíos, cristianos y musulmanes han

creído a lo largo de su historia, entonces sería de esperarse que

ocasionalmente eludiera las leyes de la naturaleza. La verdadera pregunta es

entonces si existe una buena razón para creer en Dios, en principio de

cuentas.

Uno de los progresos más emocionantes y esperanzadores que a este respecto se

hayan hecho en años recientes es el movimiento del diseño

inteligente.1 Al señalar numerosos ejemplos de entidades

fundamentales del mundo biológico que muestran complejidad irreducible,

diferentes científicos no cristianos han aceptado que debe de existir un ser

inteligente detrás de la Creación. La teoría de la “gran explosión” en su

conjunto nos lleva a preguntar qué o quién produjo dicha “explosión”.

Para otras personas, argumentos filosóficos como los del famoso escocés del

siglo XVII, David Hume, resultan más convincentes. Hoy, aunque no se diga que

los milagros son imposibles,  se piensa que las probabilidades de una

explicación natural son siempre mayores que una explicación sobrenatural. Los

fenómenos pueden engañarnos, los testigos pueden equivocarse y, además, para

explicar un suceso es necesario que éste tenga analogías con lo que ha sucedido

en el pasado. Sin embargo, no queda nada claro que cualquiera de estos

argumentos implique que las pruebas nunca podrían ser inequívocas ni los

testigos inexpugnables… y, si cada suceso debe tener una analogía conocida,

entonces por ejemplo, la gente que vivía en los trópicos antes de la aparición

de la tecnología moderna no hubiese aceptado la existencia del

hielo!2

Hoy, quizá la objeción más común de los eruditos a la credibilidad de los

milagros de Jesús es que las historias y mitos de otras religiones que

compitieron con el cristianismo en el imperio romano del primer siglo son muy

similares, y por ende, dicen que tiene más sentido asumir que las historias de

los milagros cristianos enseñan verdades teológicas mediante relatos ficticios.

Es curioso ver con cuánta frecuencia la gente común e incluso algunos expertos

repiten la acusación de que los milagros del Evangelio suenan como las leyendas

de otras religiones antiguas sin siquiera haber estudiado esos relatos. Por

ejemplo, con mucha frecuencia se alega que hubo nacimientos virginales e

historias de resurrección en todo el panorama religioso antiguo; pero, de

hecho, la mayoría de los supuestos paralelos con nacimientos especiales

implican relaciones sexuales humanas ordinarias emparejadas con la simple

creencia de que una de las personas involucradas era en realidad un(a) dios(a)

de incógnito. También ha sucedido lo que con Alejandro el Grande, en una de

cuyas leyendas aparecida casi un milenio después que él, el gigante Pitón se

enredó alrededor de su madre en la noche de bodas, y manteniendo a su padre a

una discreta distancia impregnó a la joven mujer.3

En el caso de la resurrección, existen historias acerca de dioses o diosas que

morían y resucitaban cada año, con frecuencia en las temporadas

correspondientes a la cosecha y la plantación, respectivamente. En ocasiones,

los escritores grecorromanos utilizaban el término metafóricamente para hablar

acerca de la restauración de la salud de alguna persona gravemente enferma o

del estatus de alguien que había caído en desgracia o había sido depuesto por

algún tiempo. Sin embargo, no existen historias originadas en el mundo antiguo

(ni en el moderno, a decir verdad) de seres humanos reales que hayan empezado a

circular en el transcurso de la vida de sus seguidores, y en las cuales dichos

individuos hayan muerto y resucitado corporalmente para expiar los pecados del

mundo.4

De hecho, la totalidad de las historias paralelas más cercanas a los milagros

de Jesús en el mundo mediterráneo antiguo son un poco posteriores al tiempo en

que él vivió. Se dice que Apolonio de Tiana, quien vivió a finales del primer

siglo, obró dos o tres milagros muy similares a las sanaciones y resurrecciones

de Jesús. De la misma manera, se dice que el carismático judío obrador de

maravillas Hanina ben Dosa, cuyas historias aparecen en la literatura rabínica

posterior, hizo un par de sanaciones milagrosas similares a las de Cristo. El

mito gnóstico del segundo siglo acerca de un redentor ascendente y descendente

algunas veces insertaba explícitamente a Jesús en lugar de (o como) Sofía, la

“Sabiduría”, como su héroe. El mitraísmo empezó a parecerse al cristianismo

hasta finales del siglo II y principios del III. Pero todas estas adaptaciones

son demasiado tardías para haber influenciado a los escritores del primer

siglo; si acaso, pueden haber nacido del deseo de hacer a sus héroes más

parecidos a Jesús, y por lo tanto más creíbles en un mundo en el que el

cristianismo estaba teniendo cada vez más influencia.

Entonces, cuando todas las principales razones para no creer en los milagros

del Evangelio dejan de ser convincentes, ¿cuáles son las razones positivas para

creer en ellos? Para empezar, están profundamente insertados en cada una de las

capas y fuentes de los evangelios, así como en los evangelios terminados, de la

tradición cristiana temprana. Así mismo, las fuentes judías atestiguan los

milagros de Jesús. Enfrentados con la oportunidad de negar las declaraciones

cristianas de que Jesús realizó tales proezas sorprendentes, Josefo y el Talmud

prefieren corroborarlas, aunque no crean que Jesús haya sido enviado del Cielo.

Los rabinos con frecuencia acusaban a Jesús de ser un hechicero que desvió a

Israel, de forma muy parecida a como los líderes judíos de los relatos

evangélicos (Marcos 3:20-30) acusaban a Cristo de recibir su poder de parte del

diablo.

Además, la naturaleza de los milagros de Jesús contrasta marcadamente con la

mayoría de los milagros de su entorno. Existe un número bastante grande de

relatos sobre exorcismos y sanaciones en fuentes judías, griegas y romanas,

pero ninguno en el que determinado obrador de maravillas realice sus milagros

con regularidad y éxito sin utilizar fórmulas o instrumentos mágicos, sino sólo

con la oración adecuada a Dios o los dioses.5 Los milagros más

espectaculares obrados sobre la naturaleza tienen pocos paralelos en el mundo

grecorromano; existen algunas historias, pero con frecuencia también hay

razones para no creerlas. Por ejemplo, de la fuente del templo de Dionisio, en

Efeso, fluía vino en lugar de agua una vez al año. Sin embargo, Luciano explicó

que los sacerdotes tenían un túnel subterráneo secreto que les permitía

reemplazar por vino el suministro de agua de la fuente. Difícilmente podría ser

ésta la explicación de cómo convirtió Jesús el agua en vino.

Los milagros “cristianos” apócrifos forman parte del grupo de

narraciones que tienden a llenar los espacios vacíos de los registros

evangélicos. ¿Cómo fue Jesús de niño? ¿Cómo ocurrió el nacimiento de la virgen?

¿Qué sucedió cuando Jesús descendió al lugar de los muertos? A veces las

respuestas son bastante frívolas comparadas con las de los evangelios

canónicos: el niño Jesús sacando pájaros del lodo e insuflándoles vida para que

pudieran volar, o maldiciendo a un compañero de juegos que se había burlado de

él para secar sus miembros. Ciertamente, dentro de los evangelios de Mateo,

Marcos, Lucas y Juan, el propósito principal de los milagros de Jesús es

demostrar que el reino está cerca, que la era mesiánica ha llegado (Lucas

12:28); pero si el reino está cerca, entonces el rey debe estar cerca también…

y si la época mesiánica ha llegado, entonces el Mesías debe estar presente. El

propósito principal de los milagros no es demostrar lo que Dios puede hacer por

nosotros.

Las historias paralelas más cercanas a los milagros de Jesús están, de hecho,

en el Antiguo Testamento: la alimentación de multitudes con pan provisto

milagrosamente; la soberanía de Dios sobre el viento y las olas; Elías y Eliseo

resucitando muertos… Todos estos parecen antecedentes cruciales para entender

los textos del Nuevo Testamento. Si acaso, dichos paralelos deberían inspirar

confianza en la confiabilidad de los relatos neo testamentarios.

Al mismo tiempo, nada en la teología cristiana nos exige argüir que los

milagros bíblicos son los únicos que han ocurrido. Nada en la Biblia

nos obliga a imaginar que Dios utiliza sólo a su gente para obrar lo

sobrenatural, y tanto la inspiración demoníaca como la manufactura humana

pueden explicar otras obras sobrenaturales. Además, nada les impide tener

paralelos en posteriores tradiciones cristianas. Al mismo tiempo, los

historiadores no deberían, y no necesitan, tener una actitud más crédula hacia

los milagros bíblicos que hacia los extra bíblicos. Cuando aplicamos a ambos el

mismo criterio de autenticidad, los milagros bíblicos gozan de más pruebas que

los apoyan.

Para concluir, comparto una cita de uno de los historiadores más meticulosos

entre los expertos bíblicos contemporáneos:

Vista en su conjunto, la tradición de los milagros de Jesús está mejor

apoyada por los criterios de historicidad que muchas otras tradiciones bien

conocidas y con frecuencia aceptadas sin objeción acerca de su vida y

ministerio… Dicho en forma dramática, pero sin demasiada exageración: si se

rechazara totalmente la tradición de los milagros del ministerio público de

Jesús por no ser histórica, entonces tendrían que rechazarse todas las demás

tradiciones evangélicas acerca de él.6

Notas

1 Ver especialmente Michael J. Behe, Darwin’s Black Box: The Biochemical

Challenge to Evolution [La caja negra de Darwin: El desafío bioquímico a

la Evolución] (Nueva York y Londres: Free Press, rev. 2006).

2 Ver Joseph Houston, Reported Miracles: A Critique of Hume

[Milagros registrados: Crítica a Hume] (Cambridge: Cambridge University Press,

1994).

3 Ver especialmente J. Gresham Machen, The Virgin Birth of Christ

[El nacimiento virginal de Cristo] (Nueva York: Harper & Row, 1930;

Londres: James Clarke, repr. 2000).

4 Para ver todos los detalles cf. Ronald H. Nash, The Gospel and the

Greeks: Did the New Testament Borrow from Pagan Thought? [El Evangelio y

los griegos: ¿Tomó prestado el Nuevo Testamento al pensamiento pagano?

(Phillipsburg, N.J.: Presbyterian & Reformed, rev. 2003).

5 Ver especialmente Graham H. Twelftree, Jesus the Exorcist

[Jesús el exorcista] (Peabody, Massachusets: Hendrickson, 1991); idem, Jesus

the Miracle Worker [Jesús el obrador de milagros] (Downers Grove, Illinois:

InterVarsity Press, 1999).

6 John P. Meier, A Marginal Jew: Rethinking the Historical Jesus,

vol. 2 [Un judío marginal: Modificando nuestra forma de pensar acerca del Jesús

histórico] (Nueva York: Doubleday, 1994), 630.


Published April 17, 2007