La fiabilidad histórica de los evangelios

Por Craig L. Blomberg

¿Se puede confiar en el perfil de Jesús presentado por los evangelios en el

Nuevo Testamento? Muchos críticos dirían que no. Durante la década de los ’90,

el Seminario de Jesús se convirtió en el grupo más conocido de esa clase de

críticos, pues alegaban que sólo 18 por ciento de las declaraciones atribuidas

a Jesús y 16 por ciento de sus hechos descritos en los evangelios (tanto los

cuatro evangelios canónicos Mateo, Marcos, Lucas y Juan como el apócrifo

Evangelio de Tomás) guardaban relación cercana con lo que Él realmente dijo e

hizo. Simultáneamente, desde 1980 hasta el presente una muestra más

representativa de eruditos ha trabajado en lo que ha llegado a conocerse como

la Tercera Búsqueda del Jesús Histórico, a partir de la cual está emergiendo un

mayor optimismo con respecto a lo que podemos saber a partir de los evangelios

leídos a la luz de nuevos descubrimientos histórico-culturales. Este artículo

repasa rápidamente 12 líneas de evidencia que, en su conjunto, apoyan la

fiabilidad de los evangelios, particularmente de los sinópticos (Mateo, Marcos

y Lucas). Ninguno de estos argumentos presupone la premisa de la fe cristiana;

todos siguen los enfoques históricos comúnmente utilizados para evaluar la

credibilidad de una gran variedad de documentos antiguos.

(1) En mayor medida de lo que podemos decir sobre cualquier otra obra

literaria de la antigüedad, podemos reconstruir con gran confianza lo que

probablemente decían los textos originales de los evangelios. Aunque no se

conserva ninguno de los originales, la gran cantidad de manuscritos existentes

(desde pequeños fragmentos hasta Nuevos Testamentos completos) -5000 tan solo

en griego antiguo– supera con mucho lo que tenemos de cualquier otra obra

judía, griega o romana, ¡de las que los historiadores se consideran afortunados

si cuentan con cantidades de dos dígitos! Mediante el arte y ciencia de la

crítica de textos los estudiosos fechan, clasifican y comparan las partes donde

estos documentos difieren, pudiendo así determinar, con 97 al 99 por ciento de

precisión, el contenido más probable de los originales. Con el fragmento más

antiguo conocido de los evangelios (unos cuantos versículos de Juan 18 que

datan del año 125 d.C., aprox.) estamos a una generación de la redacción

original del documento. En el caso de la mayoría de las demás obras antiguas

existe un lapso de por lo menos varios siglos entre los originales y las copias

más antiguas existentes. Nada de esto ratifica la veracidad de una sola cosa

contenida en los evangelios, pero sí lo que sus autores afirmaron

originalmente, algo de lo que no podemos estar completamente seguros respecto a

otros autores de la antigüedad.

(2) Los autores se encontraban en una situación que les permitía escribir

historia fiel si así lo deseaban. La tradición cristiana afirma que los

evangelios fueron escritos por dos de los doce seguidores más cercanos de Jesús

(Mateo y Juan), un tercer hombre (Marcos) que se apegó mucho a las memorias de

Pedro, el líder de los doce, y un cuarto (Lucas) que entrevistó diligentemente

a testigos oculares de la vida de Jesús y consultó las fuentes escritas

previamente (Lucas 1:1-4).  Estudiosos más escépticos han sugerido muchas

veces que sería mejor pensar en cristianos anónimos del primer siglo, tal vez

discípulos de los cuatro hombres ya mencionados. Pero de cualquier manera

estaríamos a un máximo de dos generaciones de distancia de la información que

pudieron haber proporcionado los testigos oculares.

(3) Los eruditos conservadores generalmente fechan los evangelios de Mateo,

Marcos y Lucas en la década de los ’60 y el de Juan en los ’90; los eruditos

liberales tienden a inclinarse por la década de los ’70 para Marcos, los ’80

para Mateo y Lucas, y los ’90 para Juan. De cualquier forma, estamos hablando

de testimonios del primer siglo. Comparemos nuevamente estos datos con la

situación típica de otros relatos y biografías antiguos. La detallada vida de

Alejandro Magno, reconstruida con bastante precisión, según creen la mayoría de

los historiadores, depende de las biografías que Arriano y Plutarco hicieron en

la última parte del primer siglo y la primera del segundo acerca de un hombre

que murió en el año 323 a.C.

(4) Pero, ¿tendrían las primeras dos generaciones de cristianos (30-100 d.C.

aprox.) algún interés en preservar información histórica? Esto se ha puesto en

duda con mucha frecuencia principalmente por dos razones. Primera, algunos

arguyen que la percepción de la posibilidad de un rápido regreso de Jesús a la

tierra para finalizar esta era como la conocemos descartó cualquier interés

histórico. ¿Quién se preocuparía por registrar la historia, aún de lo que cree

sagrado, si pensara que el mundo podría terminar en cualquier momento?

Bien, pues los judíos, por mencionar un ejemplo, ¡al menos desde el siglo

octavo antes de Cristo! Sus profetas habían estado prometiendo durante siglos

que el “Año del Señor” estaba cerca. Sin embargo, el pueblo de Dios también

reconocía que un día del Señor eran mil años (Salmo 90:4), así que continuó el

curso normal de la vida humana. Segunda, algunos alegan que la parcialidad

ideológica (es decir, teológica) de los autores de los evangelios

necesariamente tiene que haber distorsionado los hechos históricos. No hay duda

de que el compromiso apasionado con cierta ideología puede conducir a algunos

escritores a jugar con la historia, pero ciertos tipos de ideología en realidad

exigen una mayor lealtad a los hechos. Por ejemplo, precisamente porque estaban

comprometidos apasionadamente con la prevención de un holocausto como el que

habían experimentado bajo el régimen nazi, los judíos sobrevivientes a la II

Guerra Mundial hicieron crónicas detalladas y objetivas  de las

atrocidades que sufrieron, para que nunca más volvieran a suceder. Fue gente

menos comprometida la que produjo el atroz revisionismo que minimizó

sustancialmente los alcances del holocausto o incluso lo negó por completo.

Como la fe cristiana depende de que Jesús haya vivido, muerto y resucitado

según las afirmaciones bíblicas (1 Cor. 15), los autores de los evangelios

habrán tenido una muy buena razón para contar la historia como fue.

(5) Pero, ¿lo lograron? Bastan sólo 30 años para que el recuerdo de los

hechos históricos pueda nublarse o distorsionarse. Pero el judaísmo del primer

siglo era una cultura oral, impregnada del hábito educativo de la memorización.

Algunos rabinos guardaban en la memoria todas las Escrituras judías (el Viejo

Testamento cristiano). Para alguien educado en este tipo de cultura no habría

sido difícil memorizar y preservar toda la información contenida en un

evangelio cuyas reminiscencias de la vida de Jesús considerara sagradas.

(6) Entonces ¿por qué no son iguales los evangelios palabra por palabra?

Para empezar, ¿para qué se necesitaba más de uno? Además, las similitudes

literales entre los evangelios sinópticos generalmente se toman como señal de

dependencia literaria de uno con otro o de dos con una fuente común. Hay todo

un ejército de razones para estas diferencias. Muchas tienen que ver con lo que

cada autor decidió incluir, o dejar fuera de, un cuerpo de información mucho

más extenso del cual estaba consciente (Juan 21:25). Particularidades en el

énfasis teológico de cada evangelio, estructuras geográficas únicas y

cuestiones de subgénero literario explican muchas de estas elecciones y

omisiones. Pero incluso en las partes donde los evangelios incluyen distintas

versiones del mismo suceso, generalmente permanece un paralelismo literal

entremezclado con una considerable libertad para parafrasear, abreviar,

expandir, explicar y estilizar otras porciones de los relatos. Todo esto era

perfectamente aceptable a la luz de las normas historiográficas de la época y

no podría haberse considerado errático en absoluto. Pero los estudiosos

modernos han señalado que la flexibilidad y patrones característicos de la

narrativa oral podrían explicar muchas de las diferencias más frecuentes, ya

que en sus inicios la tradición cristiana pasó estas historias de boca en

boca.

(7) Entonces, ¿podemos arriesgarnos a asumir que los autores de los

evangelios trataron de escribir algo parecido a historia o una biografía en

lugar de, digamos, una novela o tragedia? Sí, porque los paralelismos más

cercanos al prólogo de Lucas los encontramos en historiadores comparativamente

precisos como Josefo en el mundo judío y Herodoto y Tucídides en el mundo

griego.

(8) Otro par de argumentos defiende el caso aún más. Las así llamadas

“máximas severas” de Jesús sugieren que los autores de los evangelios sentían

bastante restricción respecto a lo que podían o no incluir. Aunque la máxima

donde Jesús insta a aborrecer al padre y la madre (Lucas 14:26) tiene su

explicación en el texto paralelo de Mateo 10:37, si Lucas se hubiera sentido en

libertad, podría haber sido mucho más fácil para él omitir totalmente el pasaje

y evitar su aparente contradicción con el precepto mosaico de honrar a los

padres. Lo mismo puede decirse de la declaración de Jesús de no saber el día ni

la hora de su regreso (Marcos 13:32). Podrían haberse evitado muchos aprietos

en los evangelios si sus autores hubieran tenido la mínima libertad de

manipular la tradición en la forma en que el Seminario de Jesús y otros

escritores de la misma opinión han alegado que tenían.

(9) Por otro lado, el que Jesús nunca trate ciertos temas es otra muestra de

la precisión de los evangelios canónicos. La controversia sobre si los adultos

no judíos debían circuncidarse (en un mundo donde no existía la anestesia) como

signo de obediencia a toda la ley mosaica y de preparación para la conversión,

amenazó con destrozar a la primera generación de cristianos (Gal. 2:1-10;

Hechos 15). Lo más fácil del mundo hubiera sido que los autores de los

evangelios citaran las enseñanzas de Jesús acerca del tema, o que inventaran

alguna si sentían libertad de hacerlo. Pero ni un solo versículo de los

evangelios canónicos expresa la opinión de Jesús acerca del papel de la

circuncisión. Lo mismo puede decirse de hablar en lenguas, un tema que amenazó

con hacer explotar a la iglesia de Corinto hasta el cielo (1 Cor. 12-14) apenas

25 años después de la muerte de Jesús.

(10) Aproximadamente una docena de textos no cristianos confirman una

notable cantidad de los detalles de la vida de Jesús descritos en los

evangelios: que era judío, que vivió en el primer tercio del siglo primero; que

nació fuera del matrimonio; que fue maestro de estilo propio muy popular, que

escogió a ciertos hombres como núcleo de discípulos; que ignoró las leyes

judías y comió con los rechazados, que exasperó a ciertos líderes judíos; que

aunque los demás creían que era el Mesías fue crucificado por Poncio Pilatos

pero algunos de sus seguidores creyeron que resucitó de entre los muertos y

empezaron una religión que nunca se extinguió. Algunos podrían argüir que estos

no son muchos detalles, pero en un mundo donde casi todos los documentos

históricos y biográficos se centraban en reyes, emperadores, generales, gente

con puestos de poder institucional y religioso, filósofos famosos cuyas

“escuelas” habían perdurado mucho tiempo después de su muerte, y en general

adinerados e influyentes, es notable que Jesús sea mencionado por escritores no

cristianos del primero al tercer siglo. Antes de que el cristianismo fuera

legalizado en el siglo cuarto, ¿quién hubiera esperado que este deslucido

rabino crucificado produjera un séquito tan grande que un día se convertiría en

la religión adoptada por el mayor porcentaje de gente en la tierra?

(11) La arqueología confirma un montón de detalles mediante utensilios e

inscripciones: la existencia de los estanques de Siloé y Betesda en Jerusalén,

este último con cinco pórticos como lo describe Juan 5:2, la confirmación de

que Poncio Pilatos fue prefecto de Judea, descripciones de la crucifixión

romana donde los clavos atravesaban los huesos de los tobillos, descubrimiento

de botes pesqueros suficientemente grandes para llevar a 13 personas (como

Jesús y sus 12 discípulos), la tumba de Caifás, el probable osario de Santiago,

el hermano de Jesús, y así sucesivamente. Y todos estos detalles del evangelio

fueron puestos en duda antes de que surgiera su confirmación arqueológica.

(12) Finalmente, otro testimonio cristiano confirma muchos detalles de los

evangelios. Los escritores cristianos del siglo II hacen referencias a

porciones considerables de los relatos evangélicos, e incluso los citan

aprobatoriamente. Entre lo más significativo se encuentran las cartas de

Santiago, Pedro y Pablo, que concuerdan con lo escrito en los evangelios a

pesar de ser anteriores a ellos. Dichas cartas contienen numerosas alusiones a

las declaraciones de Jesús como las conocemos en los evangelios, y

ocasionalmente las citan, lo que muestra que tales declaraciones deben haber

estado circulando de boca en boca cuidadosamente preservadas. Quizá lo más

contundente, el testimonio de la resurrección corporal de Cristo, fue escrito

en forma fácil de memorizar, para ser recibido y comunicado oralmente de

generación en generación. Probablemente así llegó a formar parte de lo que

Pablo aprendió durante su conversión, apenas dos años después de la muerte de

Jesús (1 Cor. 15:1-3). No se trata de leyendas helénicas que evolucionaron

mucho tiempo después de la vida de Jesús, el sencillo rabino judío. ¡Son las

revolucionarias declaraciones que sus seguidores hicieron desde el

principio!


Published August 22, 2006