Mesías

Por Ben Witherington III

Es un hecho que el término “mesías”, en hebreo “mashiaj,”, se

utiliza muy rara vez en el Antiguo Testamento, pero no quiere decir no aparezca

del todo. De hecho ocurre en formas y lugares sorprendentes. El término

significa sencillamente “ungido” y de hecho podía aplicarse a profetas,

sacerdotes o reyes, quienes eran ungidos con aceite para ser investidos con

autoridad política o religiosa. De ahí podemos señalar el Salmo 2:2, donde el

rey David es llamado “el ungido de Dios”. La afirmación de ser ungido por Dios

(no sólo por un profeta como Samuel) implicaba haber recibido autoridad, poder

y legitimación por parte de Dios para realizar alguna tarea especial o

específica. Por eso resulta sorprendente, aunque no totalmente inesperado, que

Ciro, rey pagano de Persia, sea llamado “mi ungido” en Isaías 45:1-2, pues iba

a liberar y regresar al pueblo de Dios a la tierra prometida. De este texto se

deduce claramente que la palabra “mesías” no era todavía un término técnico

para referirse a algún tipo de figura mesiánica judía. De hecho, no encontramos

ese uso técnico de la frase en el Antiguo Testamento.

Sin embargo, en el período inter-testamentario, y aún durante la vida de

Jesús, se estaban desarrollando los conceptos mesiánicos del judaísmo antiguo,

y podemos ver en textos como el Salmo de Salomón 17 que algunos judíos de la

antigüedad, o quizá muchos, esperaban un mesías guerrero a imagen de David.

Como esa no era la imagen que Jesús tenía de sí mismo y de su función al

principio de su ministerio, parece haber evitado lo más posible el término

mashiaj” para referirse a sí mismo, aunque aceptó el título cuando

otros lo proclamaron así (ya fuera un discípulo, como Pedro, o un adversario,

como Caifás). Veremos en un momento los textos donde aparece la palabra

“mesías” en labios de estas dos figuras, pero antes debemos considerar el

controvertido diálogo que aparece en Marcos 12:35-40.

En este pasaje, Jesús mismo hace una pregunta para originar una discusión.

Lo interesante es que su pregunta refleja la opinión común de varios expertos

religiosos de ese tiempo, específicamente de los maestros de la Torá o ley.

Jesús dice que tienen la opinión de que el Mesías es o sería Hijo de David.

Esto no es sorpresivo a la luz de textos como 2 Samuel 7, que habían producido

la expectativa, al menos en Judea, de que el Mesías saldría de esa ciudad y

sería un rey guerrero como David (en este caso, alguien que vendría a sacar de

Jerusalén a los señores romanos y reinaría desde allí). Este no era el modo de

actuar de Jesús, por eso prefirió sugerir, sin negar que el Mesías podría ser

un descendiente de David, que estos maestros realmente necesitaban llevar sus

pensamientos a niveles mucho más altos.

Con un ligero desdén exegético, Jesús recuerda a los maestros una versión de

Salmos 110:1. Recurriendo a la suposición generalizada de que David mismo había

escrito este salmo, Jesús señala relajadamente que David llama “Señor” a esta

figura mesiánica, sugiriendo que David es inferior a ese mesías. ¡Tal vez

incluso existió en tiempos de David! En la frase “el Señor dijo a mi señor” se

asume que el segundo señor es el Mesías, y el primero es Dios Padre. Tras dejar

totalmente perpleja a su audiencia, Jesús prosigue preguntando inocentemente:

“David lo llama ‘Señor’, ¿cómo entonces puede ser Hijo de David? No recibe

respuesta de los maestros. Están atónitos. Ahora bien, el propósito de este

ejercicio era aclararles que las características de su Mesías eran muy

reducidas y mentalmente estrechas. El Mesías sería mucho más que sólo otro en

la larga lista de reyes davídicos. Eso nos lleva nuevamente a Pedro y

Caifás.

Marcos 8:27-30 es un momento crucial en la narración de Marcos. Es ahí donde

uno de los discípulos confirma por primera vez la identidad de Jesús anunciada

en Marcos 1:1. El escenario de tal proclamación también es crucial. Cesárea de

Filipo estaba fuera de Galilea y Judea, y dentro del territorio de Herodes

Filipo, quien nombró a esta ciudad en su honor y el de César. Era la antigua

ciudad pagana de Panas-Banias, famosa por sus estatuas de diversos dioses

paganos exhibidas en diferentes lugares. Además, estaba la estatua del César, a

quien llamaban “hijo de los dioses” como parte de la adoración debida al

emperador. Fue aquí donde Jesús escogió preguntar a sus discípulos quién

pensaban que Él era. Aquí por lo menos había menos probabilidades de que se

entendiera mal la proclamación de Jesús como el Mesías judío, no así en Judea,

donde los modelos davídicos del mesías eran tan comunes (note en Marcos

12:35-40 que la discusión tiene lugar en Judea).

Sin embargo, los discípulos también entienden mal. Pedro tiene razón cuando

afirma que Jesús es el Mesías judío, pero Jesús advierte inmediatamente a Pedro

y a los demás que no lo divulguen, tal vez porque otros añadirían sus propias

ideas al término. “Mashiaj” era un término demasiado fuerte, incluso

altamente politizado, y Jesús no tenía intenciones de seguir la agenda y

violencia del rey David. Vino a traer salvación, sanidad y amor, y a mostrar

misericordia: una agenda muy diferente. Note luego como en Marcos 8:31-32 Jesús

aborda por primera vez el escabroso tema de su muerte. Pedro y los otros no

podían imaginarlo precisamente porque no esperaban un mesías doliente, sino uno

conquistador. Aunque nos parezca raro, parece que los judíos anteriores a Jesús

no entendían que Isaías 53 se refiere al Mesías. Creían que se refería a toda

la nación israelí, llamada “mi siervo” en Isaías 40 y textos siguientes, así

que pensaban que Israel podría sufrir por los pecados del mundo.

A la luz de las pocas veces que Jesús utilizó el término “mesías” (en griego

christós,” y en latín “christus“), es importante preguntarse

por qué se convirtió en una palabra técnica y casi un segundo nombre de Jesús.

Técnicamente, la frase debía ser “Jesús el Mesías” o “Jesús el Cristo”, sin

embargo es más frecuente encontrar “Jesucristo”. ¿Cuál es la razón de que los

escritores del Nuevo Testamento (la mayoría judíos seguidores de Jesús, con la

posible excepción de Lucas, quien puede haber sido originalmente pagano)

utilizaran el término “Cristo” con tanta frecuencia en comparación con el poco

uso que Jesús hizo de esa palabra? Sí, por supuesto que una razón es que

deseaban enfatizar que Jesús era el Mesías judío, aunque la mayoría de los

judíos del primer siglo negaran esta aclamación. Pero hay otra razón.

Cuando Jesús fue crucificado, se le llamó específicamente “rey de los

judíos”, y los términos utilizados en la cruz no fueron “mesías”, “cristo”, ni

christus“, sino simplemente “rey” en tres idiomas: “rex”, “melek” y

“basileus”. La idea de que Jesús fuera rey de los judíos estaba cargada de

tintes políticos y era claramente subversiva. Ningún judío podía ser proclamado

rey de los judíos sin autorización del César. De hecho, Jesús fue crucificado

precisamente por esa proclamación, considerada traición en el imperio romano.

Entonces, no es de extrañar que al proclamar a Jesús en el mundo grecorromano,

Pablo y los demás hayan elegido el término Cristo, más moderado y desprovisto

de tintes políticos, como una especie de segundo nombre para referirse a Jesús.

Así no surgirían objeciones tan inmediatas como las que aparecerían al llamar a

Jesús “rey judío”. Fue simplemente una buena táctica apologética.

Conforme llegamos al final de esta discusión, conviene enfatizar que la

frase “mesías crucificado” o “cristo crucificado” habría sonado como un

disparate para la mayoría de los judíos de la antigüedad.  ¿Cómo podría el

ungido de Dios acabar en una cruz? ¿Acaso la cruz no implicaba la idea de que

la persona crucificada había sido maldecida por Dios? Dios no maldeciría a

quien Él mismo había bendecido, a su ungido. No es una sorpresa que Pablo haya

dicho más tarde que predicar a Cristo crucificado era un escándalo o piedra de

tropiezo para los judíos (ver 1 Cor. 1:23). Querían un mesías conquistador, no

uno crucificado, porque en la antigüedad la crucifixión era la forma más

vergonzosa de morir, y era difícil creer que Dios permitiría que su ungido

fuera sometido a una muerte tan bochornosa. Claramente, cuando Jesús habló de

un Hijo del Hombre doliente, de hecho un Hijo del Hombre ejecutado y siervo de

Dios, estaba introduciendo un nuevo concepto en la discusión judía. Jesús no

quería que otros definieran quién era Él, así que se alejó discretamente de

términos conocidos, como “mashiaj“, que tenían connotaciones erróneas

considerando el tipo de ministerio que había venido a realizar. Todavía hasta

nuestros días, la noción de un Cristo crucificado escandaliza a muchos,

incluyendo a los musulmanes, muchos de los cuales creen que Dios sustituyó a

Jesús por Judas en la cruz en el último momento, porque Dios no permitiría que

su profeta sagrado muriera así. Pero es evidente que para Jesús el camino de la

cruz iba a redefinir para siempre el significado de la palabra “cristo”. Si

desea saber más sobre el tema, vea el libro La Cristología de Jesús,

de Witherington (Fortress Press, 1990).


Published August 22, 2006