Oxígeno, agua y luz

Por Joe W. Francis

Toda criatura viviente está hecha de unidades

sorprendentemente pequeñas y complejas llamadas células. Las células, vistas

bajo el microscopio parecen no hacer mucho; sin embargo, están llenas de

máquinas diminutas involucradas en reacciones tremendamente complejas. La

mayoría de los procesos vitales son tan minúsculos y transparentes que no

podemos verlos en acción ni con microscopio. Pero la química biológica está

trabajando constantemente en las células vivas. Los típicos libros de texto

sobre bioquímica de nivel universitario contienen más de mil páginas y

describen entre cientos y miles de reacciones complejas que ocurren

simultáneamente dentro de estos diminutos paquetes biológicos que llamamos

células.

A pesar de esta inmensa complejidad, las células

vivas están formadas principalmente por cuatro elementos: carbón, hidrógeno,

oxígeno y nitrógeno. Dos de ellos, el hidrógeno y el oxígeno, están unidos y

forman agua, la molécula más abundante en los organismos vivos. La molécula de

oxígeno misma juega un papel importantísimo en la regeneración de energía

dentro de la célula. Además, todas las criaturas vivientes necesitan una fuente

de energía. En la mayoría de los ecosistemas, la energía proviene en última

instancia de la luz. Por ejemplo, toda la energía de los alimentos que

consumimos puede ser rastreada hasta la energía luminosa capturada por células.

Entonces, no es extraño que el oxígeno, el agua y la luz sean tan abundantes en

la tierra. Los organismos vivos están expuestos continuamente a estos elementos

tan importantes para la vida. Los investigadores del origen de la vida, que

tratan de determinar cómo empezó ésta por medios naturales, deben incorporar el

agua, el oxígeno y la luz a sus fórmulas del inicio de la vida. Sin embargo, es

muy curioso que estos tres elementos sean dañinos para la vida. De hecho, las

células vivas pelean momento a momento y día tras día una batalla contra la

toxicidad del oxígeno, el agua y la luz. Examinemos la toxicidad de cada uno de

estos elementos.

El oxígeno interactúa con muchos átomos y

moléculas. Esto resulta evidente en las estructuras metálicas que nos rodean,

las cuales tienden a oxidarse o aherrumbrarse con el tiempo. Si el contenido de

oxígeno de nuestra atmósfera fuera un poco más alto que el actual 21 por

ciento, el peligro de incendios forestales devastadores y de una atmósfera

inestable y explosiva disminuiría significativamente las posibilidades de la

proliferación de la vida en el planeta. Los efectos tóxicos de un nivel elevado

de oxígeno pueden observarse directamente en los pulmones dañados de pacientes

humanos que hayan recibido oxígeno por razones terapéuticas.

El oxígeno es tóxico para los organismos vivos

porque cuando interactúa con las células, la molécula de oxígeno misma se

descompone en derivados tóxicos. Estos derivados interactúan con las moléculas

esenciales de las células y las modifican. Consecuentemente, debido a que

vivimos en un ambiente oxigenado, nuestras células y su contenido siempre están

siendo amenazadas por los derivados tóxicos del oxígeno. Si no se neutralizara

constantemente esta amenaza, la vida dejaría de existir. Las células producen

una gran variedad de enzimas, incluyendo una muy importante llamada superóxido

dismutasa (SOD), que atrapa y desactiva el superóxido, la especie dominante de

oxígeno tóxico. La SOD se encuentra dentro de la célula, fuera de ella y en sus

membranas. Las células de nuestro cuerpo están literalmente rodeadas de SOD. De

hecho, la concentración de SOD en el ambiente celular puede ser 100,000 veces

mayor que la concentración de superóxido.

Debido a que el oxígeno apareció muy temprano en el

desarrollo de la vida, la SOD o un mecanismo de protección similar tendría que

haber aparecido en una fase temprana de la evolución. Esto representa varios

problemas. Uno es que sería necesario que la SOD atrapara específicamente el

superóxido, pero no el oxígeno. El superóxido y el oxígeno son muy similares en

tamaño y forma y si la SOD reaccionara con el oxígeno y evitara su entrada a la

célula, la vida quedaría amenazada. Las células poseen también encimas

esenciales especializadas en unirse al oxígeno. Es fascinante que las enzimas

que atrapan el oxígeno se parezcan a las que atrapan el superóxido en que

utilizan el mismo tipo de átomos de metal para atraer y atrapar el oxígeno.

Entonces parece que en una etapa muy temprana de la evolución de la vida

aparecieron simultáneamente dos encimas complejas que permiten a las células

tomar oxígeno a la vez que las protegen de los efectos dañinos del oxígeno

tóxico.

Muchos escenarios del origen de la vida excluyen el

oxígeno molecular debido a su reactividad y toxicidad. Sin embargo, el oxígeno

atmosférico juega un papel muy importante en la filtración de los dañinos rayos

ultravioleta (UV) del sol. En la atmósfera de nuestros días, que contiene

oxígeno, una parte de la luz UV sí llega a la tierra y daña a los seres vivos.

A la larga, la luz UV altera el DNA de las células causando mutaciones, cáncer

o muerte celular. De hecho, es muy probable que el DNA de nuestras células

resulte dañado con cada exposición a la luz solar. Se estima que el DNA de cada

célula de los animales de sangre caliente puede sufrir más de 10,000

alteraciones al día. Sin embargo, rara vez notamos el daño porque nuestras

células poseen elaborados mecanismos de reparación del DNA que pueden revertir

los daños ocasionados por la luz UV y otros agentes. En los humanos hay más de

100 genes involucrados en la reparación del DNA. De hecho, todos los

organismos, incluyendo a las bacterias, poseen complejos mecanismos de

reparación del DNA dañado por la luz. Muchos organismos poseen hasta cuatro

tipos diferentes. En las bacterias, hay un mecanismo de reparación de respaldo

llamado SOS que se activa si la célula se ve agobiada por daños a su DNA. Estos

mecanismos son complejos e involucran muchas partes para lograr su objetivo.

Veamos cómo se consigue la restauración del DNA dañado por la luz UV.

El DNA es una molécula con forma de fibra trenzada

doble. Generalmente la luz UV hace que la doble trenza se pegue en algún punto.

Los mecanismos de reparación reconocen el punto donde las trenzas están

pegadas, lo cortan, y vuelven a sintetizar lo perdido. Para ello se requieren

por lo menos una encima que reconozca el punto pegado, otra que haga el corte y

una más que resintetice y selle. En algunos organismos, una sola enzima llamada

fotoliasa puede reparar los daños producidos por la luz UV, pero necesita la

ayuda de dos moléculas cofactoriales complejas y, sorprendentemente, debe ser

expuesta a luz de una longitud de onda específica para poder funcionar. No sólo

en la totalidad de las células podemos encontrar elaborados mecanismos de

reparación. En las plantas, las algas y algunas bacterias existen complejos

sistemas que interactúan intencionalmente y muy específicamente con la luz.

Estos sistemas fotosintéticos proporcionan carbón y oxígeno a la mayoría de los

seres vivos de la tierra.

La cianobacteria, una bacteria fotosintética que se

encuentra en los océanos, podría ser responsable de movilizar aproximadamente

el 50 por ciento del carbón que necesitan todos los seres vivos de la tierra.

Curiosamente, la maquinaria fotosintética de estas bacterias puede sufrir

quemaduras por el sol. Algunas de sus proteínas se queman a tal grado que dejan

de funcionar. Sin embargo, los investigadores han descubierto en el océano un

virus que infecta a las bacterias y repara los defectos. La existencia de

mecanismos de reparación tan elegantes y esenciales que contrarrestan los

efectos tóxicos de la luz y el oxígeno enfatiza el hecho de que los mecanismos

de reparación tendrían que haber existido desde las etapas tempranas de la

evolución de la vida. Además, como la fotosíntesis produce oxígeno, las células

tendrían que poseer mecanismos de protección contra el oxígeno antes del

advenimiento de la fotosíntesis.

Las células no sólo deben poseer mecanismos de

protección y reparación para evitar los daños producidos por la luz y el

oxígeno, también deben estar diseñadas para manejar los efectos perjudiciales

del agua. Las moléculas de agua poseen muchas características únicas que apoyan

la vida. Sin embargo, a nivel celular y molecular, el agua tiene una fuerza

tremendamente destructiva. Puede desbaratar las moléculas mediante un proceso

llamado hidrólisis. Durante la hidrólisis, las moléculas de agua fuerzan su

entrada a los espacios existentes entre los átomos o entre moléculas que se

están dividiendo, evitando así la formación de estructuras moleculares más

grandes, como las proteínas. De hecho, para que las células sinteticen las

proteínas es necesario eliminar el agua, es decir ocasionar una reacción de

deshidratación. ¿Cómo ocurre esta deshidratación en el ambiente acuoso de una

célula? El interior de las células es muy espeso debido a la abundancia de

moléculas, proteínas y encimas que ayudan a la formación de una proteína. No se

ha postulado la existencia de tal ambiente y mecanismos de eliminación de agua

o provisión de catalizadores de enzimas durante la síntesis de las proteínas en

el diluido ambiente acuoso de la tierra primitiva. De hecho, este problema ha

llevado a los investigadores del origen de la vida a concluir que las proteínas

y otros polímeros grandes (moléculas con forma de cadena) se construyeron en

ambientes secos como el barro o la arena.

El agua también destruye las células por medio de

hinchamiento incontrolado. Esto puede observarse fácilmente en glóbulos rojos

puestos en agua: las células se hinchan y revientan rápidamente. La razón es la

difusión, un proceso donde el agua busca lugares con bajo contenido de la

misma. Como hemos señalado, el interior de la célula típica tiene bajo

contenido de agua, comparado con sus alrededores. Por ello, todas las células

del planeta enfrentan una continua batalla contra la entrada de agua.

Las células poseen varios mecanismos para manejar

el continuo flujo de agua hacia su interior. Las células de plantas y

bacterias, por ejemplo, poseen rígidas paredes que resisten el hinchamiento y

rompimiento. Dichas paredes pueden ser bastante elaboradas. En el caso de las

bacterias, son estructuras a manera de colchas formadas con mucha precisión por

cadenas de proteínas y azúcar. Las células animales no poseen paredes rígidas,

pero a cambio bombean sodio constantemente hacia el exterior para contrarrestar

el movimiento del agua hacia su interior. La bomba es una fascinante estructura

proteínica llamada bomba de sodio y potasio que despide tres iones de sodio a

cambio de dos iones de potasio. La membrana celular contiene miles de estas

bombas que trabajan incesablemente para conservar el volumen de la célula a

pesar de la fuerza apabullante del agua, consumiendo hasta un tercio de la

energía de la célula. Sin embargo, la bomba está diseñada para trabajar en un

ambiente que contenga sodio y potasio en ciertas concentraciones, por ejemplo,

en el cuerpo humano. Saque una de estas células de su ambiente salado y acuoso,

póngala en agua y la bomba no podrá evitar que la célula reviente. ¿Cómo

sobreviven entonces los organismos unicelulares que viven en agua dulce?

Organismos unicelulares de estanque como el

paramecio utilizan una estructura llamada vacuola retráctil parecida a una

bolsa grande que recoge y excreta continuamente el exceso de agua. El agua

entra a la vacúola porque el paramecio bombea sales activamente hacia el

interior de la vacúola utilizando proteínas similares a la bomba de sodio y

potasio. Entonces, parece que el paramecio y otros organismos unicelulares de

estanque resisten el hinchamiento y no revientan debido a que poseen bombas

proteínicas y vacúolas retráctiles.

Podríamos argumentar que con tiempo suficiente

podría desarrollarse por evolución uno de estos mecanismos de protección, pero

la evolución simultánea de varios mecanismos complejos necesarios para proteger

a las células de los mismos elementos básicos que necesitan para vivir (es

decir, agua, oxígeno y luz), ciertamente complica el problema del origen de la

vida. Por otro lado, ¿cómo encaja esta observación en las teorías de la

creación y el diseño? La necesidad de que existan simultáneamente varios

mecanismos de protección complejos para que la vida pueda tener lugar

ciertamente coincide con una creación diseñada, premeditada y construida en

poco tiempo. Sin embargo, uno se preguntaría ¿por qué un creador o diseñador

utilizaría agentes tóxicos? La toxicidad podría considerarse como un derivado

de la reactividad química. La reactividad es necesaria en un mundo donde las

cosas están diseñadas para moverse e interactuar. Además, aun los agentes más

benignos pueden ser tóxicos en ciertas circunstancias. Lo sabemos por la

experiencia diaria. Por ejemplo, muchos alimentos benéficos y necesarios pueden

ser dañinos si se ingieren en cantidades excesivas. También sabemos que

sustancias químicas potencialmente tóxicas y destructivas pueden aportar

tremendos beneficios si se utilizan dentro de ciertos parámetros. Por

ejemplo,  el combustible de un motor es una tecnología maravillosa que

mejora la vida; sin embargo, colocado en una parte equivocada del motor puede

conducir al desastre y la destrucción.

En conclusión, el agua, el oxígeno y la luz, tres

de los requisitos básicos para la vida pueden ser extremadamente tóxicos para

los seres vivos. Sin embargo, los organismos poseen complejos mecanismos de

protección dentro de cada célula que parecen haber resguardado la vida desde el

momento mismo de su aparición en la tierra.


Published August 10, 2006