Por Denyse O’Leary
La ciencia busca las mejores explicaciones para los fenómenos naturales. Al
menos eso es lo que nos dicen. Pero ¿qué pasa si un científico publica un
documento revisado por colegas donde sugiere que la mejor explicación para la
aparición repentina de una inmensa variedad de formas de vida en el mismísimo
inicio de la vida animal implica un diseño inteligente?
A principios de 2005 Richard Sternberg, el editor de una revista científica
y poseedor de dos doctorados en biología, fue obligado a correr en busca de
justicia a la Oficina de Consejo Especial (OSC; por sus siglas en inglés) del
gobierno de los Estados Unidos porque había permitido que un científico
publicara en su revista un documento donde sugería que el diseño inteligente
podía ser la mejor explicación del origen de las formas básicas de vida
animal.
De ahí se desprende este artículo sobre lo que la ciencia es y no
es hoy en día.
Nuestra historia comienza con una somnolienta publicación de museo en el
verano de 2004. Un documento del geólogo Steve Meyer (“El origen de la
información biológica y las categorías taxonómicas superiores”) fue revisado
por colegas y publicado cumplidamente el 4 de agosto en los Procedimientos de
la Sociedad Biológica de Washington. Como es rutina, el documento se publicó en Internet el 28 de agosto.
La Sociedad Biológica de Washington, patrocinadora de los Procedimientos,
tiene cerca de 250 miembros, principalmente conservadores del museo y
especialistas en clasificación de animales. La revista no es uno de los pesos
pesados de la ciencia; está clasificada en el lugar 2,678 de 3,110 revistas de
todas las disciplinas científicas. Sin embargo, sólo por publicar un documento
que simpatizaba con el diseño inteligente, los Procedimientos despegaron de su
confortable oscuridad hasta los encabezados de las noticias en los principales
medios de comunicación científicos y populares.
A primera vista, el artículo de Meyer no es el tipo de escrito que
ocasionaría tanta conmoción de los medios. Meyer sólo llama a cuentas a un
venerable misterio de la ciencia: la explosión cámbrica.
Hace aproximadamente 530 millones de años (según los procedimientos de
datación actuales), un extraño suceso perturbó los océanos de la tierra. Un
planeta largamente dominado por criaturas contentas con ser sólo una célula
“explotó” produciendo una gran variedad de animales con órganos complejos tales
como los ojos. Estos animales eran ejemplos de los tipos básicos de criaturas
que hoy conocemos. Hablando desde el punto de vista geológico, la explosión
cámbrica fue como un parpadeo. Algunas veces se le llama “la gran explosión de
la biología”.
Dicha explosión de vida animal preocupó a Charles Darwin, pues una evolución
lenta de las formas de vida se acopla mejor a su teoría de la evolución que un
cambio rápido y dramático. Desde entonces, los partidarios de la evolución
naturalista de Darwin (evolución sin trasfondo inteligente) se han puesto
nerviosos ante la idea de la explosión cámbrica. Generalmente han argumentado,
como Darwin lo hizo, que la explosión sería más larga y lenta si tuviéramos
todos los fósiles. Pero ahora que tenemos una cantidad mucho mayor de fósiles,
la explosión parece aún más notable.
Dos sitios de excavación bien conocidos por los notables animales del
cámbrico son BurgessShale en Canadá y Chengjiang en China.
El autor Steve Meyer es, entre otras cosas, defensor de la teoría del diseño
inteligente, la cual propone que “el origen de la información se explica mejor
mediante un acto de inteligencia que mediante un proceso estrictamente
materialista”. (The Scientist, 3 de Septiembre, 2004). En su opinión, la
explosión cámbrica seguramente tuvo la ayuda de una inteligencia
diseñadora.
Meyer, quien es director del Centro para la Ciencia y la Cultura del
Instituto Discovery, escribió: “Basándose en la experiencia, un análisis de las
fuerzas causales de varias hipótesis explicativas sugiere un diseño inteligente
o con propósito como explicación causal adecuada (quizá la explicación causal
más adecuada) del origen de la compleja información especificada necesaria para
construir a los animales cámbricos y las nuevas formas que representan”.
En otras palabras, el diseño inteligente es una idea razonable. Pero según
los grupos de presión a favor de Darwin, un científico no puede pronunciar
tales palabras. Rápidamente alertaron a los medios de comunicación científica
sobre esas deplorables palabras. Pronto los principales medios populares
también replicaron.
“Se ha abierto un nuevo frente en la batalla entre científicos y defensores
del diseño inteligente”, alegó Jim Giles en la preeminente revista “Nature”
(09, 09, 2004), como si fuera evidente que la ciencia y el diseño inteligente
deben estar en conflicto. (Más sobre esto después). “Creacionistas en la
puerta”, denunció el Boston Globe en un artículo destacado por sus errores,
tales como ubicar a la Smithsonian Society en el estado de Washington, y no en
Washington D.C., donde realmente se encuentra.
El editor Richard Sternberg, miembro del personal científico y socio
investigador del Centro Nacional para la Información Biotecnológica, pronto se
encontró bajo un ataque sostenido. Fue inútil que señalase, como dijo a The
Scientist, que los tres revisores del documento de Meyer “ostentan puestos
universitarios en especialidades biológicas en prominentes universidades e
institutos de investigación, uno en la universidad de la Liga Ivy, otro en una
de las principales universidades públicas de Estados Unidos, y otro en un
instituto de investigación extranjero”. O que los revisores no necesariamente
estaban de acuerdo con Meyer acerca del diseño inteligente pero sintieron que
el documento era “meritorio, lo que justificaba su publicación”.
Igualmente inútil fue que Sternberg señalase que él mismo no es defensor del
diseño inteligente. En realidad, Sternberg es estructuralista, es decir que
cree que la estructura de las formas de vida obedece a leyes naturales
subyacentes, más que a la evolución darviniana, al diseño inteligente o al
creacionismo.
Sternberg reaccionó firmemente contra los miembros de la comunidad
científica que se apresuraron a etiquetarlo erróneamente a él y a Meyer como
creacionistas. “Es fascinante la forma en que la etiqueta de ‘creacionista’ se
aplica falsamente a cualquiera que plantee alguna duda sobre la teoría
evolutiva neo-darviniana”, dijo a The Scientist, “La reacción de algunos
extremistas [anticreacionistas] al documento sugiere que la policía del
pensamiento está viva y bien incrustada en la comunidad científica”.
Albert Mohler, presidente del Seminario Teológico Bautista del Sur,
identificó rápidamente la clave de lo que estaba en juego: “La teoría de la
evolución es una casa de barajas ideológicas tambaleante que tiene que ver más
con el atesoramiento de un mito que con el esfuerzo intelectual honesto. Los
evolucionistas tratan a su preciada teoría como si fuera un frágil objeto de
veneración y adoración, y por lo tanto lo es. El pánico es un signo de
inseguridad intelectual, y los evolucionistas tienen todas las razones para
estar inseguros, porque su teoría se está desmoronando”.
Pero, ¡Ay!, la carrera de Sternberg también se estaba desmoronando. La
pequeña y sumisa revista para la que había trabajado se retractó rápidamente
del artículo y anunció al mundo que había cometido un error (Crónica de
Educación Superior, 10 de septiembre, 2004).
Aún peor, los colegas de Sternberg empezaron a evitarlo. En la secuela de la
controversia dijo a un periodista canadiense: “La situación en este momento es
bastante surrealista. Mis colegas de la Smithsonian Society y muchos otros
fuera del museo consideran que mi decisión editorial equivale a un crimen
inconfesable”. Un colega se sintió “personalmente violado” por el acto de
Sternberg, y el subdirector del museo renunció a la sociedad a manera de
protesta. Las cartas, mensajes electrónicos y llamadas telefónicas exigían que
Sternberg fuese despedido. Cuando trató de defenderse contra simples
falsedades, fue acusado, en un giro al estilo George Orwell, de adoptar poses o
darle demasiada importancia al asunto.
Pero ¿por qué fue tan dura la elite científica con el editor Sternberg y no
con el autor Steve Meyer, siendo que Meyer fue quien propuso el diseño
inteligente y Sternberg sólo siguió las reglas escritas de su puesto?
Ah, sí, verán, existe una regla no escrita en los medios científicos: No se
publicará ningún documento que defienda la teoría del diseño inteligente,
cumpla o no con las reglas escritas. En esencia esta es una versión de “regla
no escrita”, acuerdos tan infames que no es posible ponerlos por escrito como
discrimación, sobornos o nepotismo. Sternberg era un miembro de confianza que
rompió la regla no escrita y dejó entrar un intruso.
La Smithsonian Society continuó acosando a Sternberg. Como explicó David
Klinghoffer al Wall Street Journal (28 de enero, 2005), Sternberg fue obligado
a devolver su oficina y las llaves del piso donde se encuentran los especímenes
fósiles que estudia. Además se asignó un colega para vigilarlo.
Los supervisores también empezaron a inquirir las creencias religiosas y
políticas de Sternberg, preguntándose si era “fundamentalista”. Sternberg dijo
al WSJ que es católico y va a misa pero luego admitió: “Me consideraría un
creyente con muchas preguntas acerca de todo. Estoy en el dilema
postmodernista”. Eso está lejos de la idea que la mayoría de la gente tiene de
un fundamentalista. Finalmente, abandonado por casi todos y habiendo examinado
las ruinas de su carrera, Sternberg apeló a la OSC, alegando discriminación por
las creencias religiosas que otros perciben en él (aunque no sean
necesariamente ciertas). Hoy espera el resultado de su caso.
Pero ¿y si Sternberg de hecho creyó lo impensable: que las criaturas
cámbricas están diseñadas con inteligencia? ¿Es Dios la inteligencia que las
diseñó, como lo revela la Biblia?
En realidad la ciencia no puede decirlo. No porque el tema esté totalmente
prohibido, sino porque la ciencia sólo puede estudiar el diseño, no al
diseñador, gracias a Dios. Después de todo, los fósiles cámbricos no ofrecen
revelaciones divinas; sólo muestran su exquisita naturaleza, invitando al
observador a preguntarse: “almejita, ¿quién te hizo?”
Ah, pero este enfoque implica una peculiar forma de ver la ciencia: asume
que la ciencia se basa en las pruebas. Una de dos, o las pruebas sugieren que
las criaturas cámbricas pueden surgir por casualidad o no lo sugieren. Si no lo
sugieren, debemos considerar la teoría del diseño.
El diseño sugiere que no vivimos en un universo sin Dios, como concluyó el
filósofo Anthony Flew [Nota de Edición: poner aquí el vínculo a la historia de
Flew]. Si las pruebas demuestran que no hay universo sin Dios, la ciencia debe
aceptarlas. Seguramente la ciencia no tiene el propósito de hacer campaña a
favor del universo sin Dios teniendo pruebas en contra.
Desafortunadamente, el escándalo de los medios científicos que consumió al
editor Rick Sternberg es indicio de la dominación de una forma diferente de ver
la ciencia y el naturalismo en la comunidad científica estadounidense. Según el
naturalismo, la ciencia sólo puede considerar las formas de vida como sucesos
aleatorios sobre los que actúan las leyes de la física y la química. Es decir,
la única forma legítima en que un científico puede entender las criaturas
cámbricas es como productos de la ley y la casualidad, no de un diseño.
Entonces la obligación de los científicos es desechar toda prueba del diseño y
continuar buscando alguna forma en que las criaturas pudieran escabullirse a la
existencia solamente por casualidad.
Phillip E. Johnson, abogado constitucional y defensor del diseño
inteligente, lo puso así en su libro de 1991, Darwin a Prueba:
Hay dos definiciones de ciencia en funcionamiento dentro de la cultura
científica, y una tradición oculta entre ellas está empezando a salir a la
vista del público. Por un lado, la ciencia está dedicada a la evidencia
empírica y a seguirla adondequiera que conduzca. Por eso tuvo que liberarse de
la Biblia, porque se vio que ésta constreñía las posibilidades que los
científicos podían considerar. Por otro lado, ciencia también significa
“filosofía materialista aplicada”. Los científicos materialistas siempre buscan
explicaciones puramente materialistas para cada fenómeno, y quieren creer que
siempre existen dichas explicaciones.
La filosofía materialista aplicada está aliada con la ciencia en la idea de
un universo sin Dios o, posiblemente, un universo en que Dios existe pero no es
evidente. En ese caso, la controversia entre el diseño inteligente y el
naturalismo no es un conflicto entre la fe y la razón, sino entre diferentes
tipos de fe.
Sternberg, quien ahora espera que la OSC pueda ayudarlo a salvar su alguna
vez prometedora carrera científica, demuestra una verdad alarmante: el
naturalismo es un dios celoso, mucho más celoso cuando está en peligro de ser
derribado.
La periodista Denyse O’Leary es autora de ¿Por Diseño o por
Casualidad? (Augsburg Fortress 2004), un resumen de la controversia sobre
el diseño inteligente.
Published August 24, 2006